sábado, 6 de julio de 2019

Teresa de Daimiel y Merchan


Tilila la razón, cuando la imperante norma impone sinrazones. Nos habituamos con facilidad a lo ilógico, a lo que contraviene el sentido común, cuando lo avala el único argumento, de que siempre ha sido así. Vivir en una dorada cárcel, forzaba a tragar quina, mucha quina. Y Doña Teresa de Daimiel y Merchan, Señora de Moreno de la Cal, llevaba comulgando con ruedas de molino, desde que fue desposada por su lote, sin amor, desposada como valiosa mercancía, que construía solar hidalgo de provinciana gloria. No dan la felicidad las alhajas, ni las criadas, ni los salones de oropel, eso no es felicidad, es solo teatro social, primeras filas de corrección, preeminencia sin ternura. Infeliz pero importante, dama de la caridad, ilustrísima señora, patrona de las obras pías de San Rafael. Atreo, nunca la quiso, si la preño, si le dio el lugar de señora, de esposa conveniente, de compañera con la que perpetuar la estirpe. Por eso Teresa, se aturdía con los sol y sombras, con su fiereza y su dulzor, se aturdía en las partidas entre iguales en infortunio y posición, élites de nieves perpetuas, elites de conveniencia y envidiada posición. Don Atreo no sabía amar y si a alguien amó, fue a Teodora, a La Sisi, a la puta que regentaba el Lupanar de Candiles. Con la cabeza apoyada en su regazo rumiaba tratos, decidía sentencias y ataba y desataba el día a día de la hacienda de los de la Cal. Atreo relajaba su misoginia con La Sisi, y la obsequiaba con parné y ternura, en aquel cuarto amplio y vulgar que tenía en la planta principal del burdel de Puerta de Palma.

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