martes, 19 de noviembre de 2019
El féretro lleno de sal
El féretro estaba en la bodega que había bajo el zaguán, cerrado y lleno de sal, para que no se descompusiera, como una salazón, esperando que Don Melquíades se dignara a oficiar su entierro.
Visi y Valitu, no entendían la cabezonería del cura, su cerrazón a darle sepultura con oficio de misa y responso.
Tres hectáreas tenía el jardín de la casa, que ocupaba una manzana entre las calles Onteniente y Meridiano y las plazas de Reconquista y de San Rafael, la plaza de delante del atrio de la Iglesia del mismo nombre. Vivían las dos ancianas en el mismo centro, a unos pasos del poder de Dios y a unos pasos del poder de los hombre, del Ayuntamiento de la Villa de Berruguete.
En el centro del ahora descuidado jardín de las enormes araucarias, estaba el palacete decimonónico de las Maquedas, como llamaban a las dos apergaminadas nonagenarias.
Por supuesto la puerta principal estaba enfrentada a la plaza del poder de Dios, la trasera a la del poder de los hombre y en las calles Onteniente y Meridiano, simplemente no había puertas, sólo altas tapias.
Visi y Valitu, no necesitaban ponerse de luto, llevaban de luto casi cincuenta años, desde que murió su padre Don Ismael Maqueda, Jurisconsulto y Alcalde Perpetuo de la Villa. Desde su muerte no se abría la puerta de la Plaza de la Reconquista, puerta devorada por las madreselvas y los jazmines rantonetti que trepaban tambien por las tapias. Las dos vivían protegidas en ese búnker de bella maleza, vivían acompañadas por la octogenaria de la Genara, la criada eterna, que se había enclaustrado tambien con ellas en aquel cenobio de paz, sólo perturbada por la algarabía de los pájaros y los ladridos de Pirraca y de Furriña, las dos teckel de las dos viejas.
Visitación Enriqueta Crescencia y Valentina América Policarpa, vivían como antes, como muy antes, como antes de las tres guerras. Vivían como cuando su madre, Doña Máxima Salavarrieta, murió, el progreso no había entrado en aquella casa, Todo estaba igual pero más viejo, las concesiones a la modernidad habían sido mínimas, una nevera de gas, como la cocina de tres fuegos, y un motor de gasoil para sacar agua del pozo una vez a la semana y llenar el depósito que suministraba de agua la cocina y el único baño que ellas tres utilizaban actualmente. De la casa ya solamente habitaban la planta baja, de tal modo que del gran zaguán, se pasaba al salón, del salón al despacho, que era donde ellas habían retirado la mesa y los sillones y habían instalado en ese espacio dos camastros y cegando un ventanal, un armario, y allí dormían ellas y las dos fierecillas de la casa. Del despacho se pasaba al comedor de diario y del comedor a la cocina y de la cocina al baño y al cuarto de Genara. Y claro está de la cocina se podía salir al zaguán y tambien al patrio.
La cocina era soleada y amplia, y casi todo el tiempo estaban en ella, todos, las perras y las tres viejas y con frecuencia los independientes gatos que venían a pedigüeñear. Allí tenían una mesa camilla y allí pasaban los días y las horas, mirando el fuego de la chimenea en invierno y viendo pasar las estaciones a través de los ventanales en el patio.
Era un cenobio la casa de Visi, Valitu y Genara. Un cenobio visitado tres días a la semana por Don Melquiades, el párroco de San Rafael. Él, tenía llaves y abriendo la puerta de la plaza de Dios, se encaminaba por el recto camino de adoquines negros y blancos a ver a las tres vetustas y enclaustradas mujeres, a verlas y a controlarlas, porque no tenían herederos y todo apuntaba a que se lo dejarían todo a la Iglesia. Esa era una poderosa razón para seguirles la corriente, para no contrariarlas, para ceder a aquel entierro. Ceder pero sin ruido y notoriedad.
Normalmente Melquíades se acercaba sobre las cinco de la tarde, antes de la misa de las seis, pero ese martes se presentó por la mañana, después de la misa de las nueve, y además se presentó con el ánimo de comer con ellas y zanjar el tema del entierro de una santa vez.
Cuando llegó estaban todas en la cocina, también las perras, Pirraca y Furriña, que ni ladraron, porque le conocían, le saludaron un poco, pero al ver que el cura, no les hacía ninguna zalamería se fueron al jergón que tenían frente a la chimenea.
- ¿Qué tal están Doña Visi, Doña Valitu? Y ¿Cómo está usted Genara?
Todas contestaron al unísono.
- Pues no lo ve, no muy bien, somos viejas y estamos ya llenas de achaques.
Melquiades les contestó.
- Siempre hay quien está peor que nosotros, piensen eso, que creo les servirá de consuelo.
Y rehuyendo los prolegómenos, acercó una silla a la mesa y se sentó con ellas tres, diciéndoles.
- Buenos Doña Valentina, hablemos del entierro.
A lo que Valitu, respondió.
- Eso, hablemos y solventemos ya de una vez este asunto, y saquemos ya de una vez el féretro del sótano y llevemoslo donde tiene que estar en nuestro panteón, en el Campo Santo.
Respondió entonces el cura.
- Estoy dispuesto a oficiar ese entierro, pero será a las siete de la mañana, a primera hora, soy consciente que son ya varios meses los que llevamos sin cerrar, y enterrar este asunto, y estamos empezando la primavera y no quiero que esto esté sin resolver cuando llegue el calor y el verano.
Entonces tomó la palabras Visi.
-¿Pero hay misa o no?
A lo que respondió el cura.
- Hay misa, ustedes ganan. Habrá misa, pero a las siete de la mañana. Ahora sólo queda fijar el día.
A lo que Genara apostilló.
- El mejor día es el lunes, que es cuando viene Andrés, a meternos leña en la cocina y a sacar agua del pozo.
Y replicó Valitu.
Si pero que se venga arreglado, que es un entierro y va a ayudar a sacar el ataúd y a llevarlo a hombros a la iglesia.
Melquiades dijo renglón seguido.
-De acuerdo, yo busco otros tres hombres y sobre las seis y media de ese lunes estoy aquí.
El cura estaba de acuerdo, porque los lunes era día de mercado, y el mercadillo estaba a la otra punta del pueblo, con lo que tenia asegurado que no iba a haber ninguna expectación en la plaza de San Rafael. Ahora sólo faltaba apalabrar la discreción de Andrés y buscar en Figueruela a tres hombres mudos, para los cuatro que llevarían el féretro.
Melquíades, estaba dispuesto a pagar de su bolsillo el silencio de las hombres de Figueruelas, y pagar traerlos y llevarlos después de hecho el trabajo.
Tenía que hilar muy fino este asunto y tenerlas contentas, porque el solar de la casona en el centro de Berruguete valía un potosí, y las Señoritas, estaban empeñadas en dejarselo todo, si morían antes, a Genara. Y la Genara, si tenia familia, aunque esta ni la viniera a ver, ni ahora le hiciera caso. Claro que si heredaba, eso era otro cantar. La solución es que si ellas morían antes se lo dejaran de modo vitalicio, sólo el usufructo, por eso había que ceder en el entierro, porque después y de buenas sería más fácil convencerlas.
Tras comer con ellas unas sopas de patata y tomar un café, un mistela y unas pastas, se despidió de ellas diciéndoles.
- Buenas, queden ustedes con Dios, y el jueves vengo a esta misma hora, después de la misa de las nueve, comemos juntos otra vez y cerramos ya definitivamente el día del entierro.
La tarde del martes terminó, tras la visita del cura, con la rutina de siempre, un pequeño paseo por el jardín con Pirraca y Furriña, un corto paseo y por los senderos limpios y llanos, porque de otro modo, dada la edad y las limitaciones, no podía ser.
Al no estar electrificada la casa, se cenaba pronto y a la luz de un quinqué, aunque ahora en primavera no era necesario, a las siete ya estaban cenando las tres, las Señoritas Maqueda y la Genara, sentadas al calor del brasero de picón en la mesa camilla con sobre de mármol macael, se comían una tortilla francesa con un vaso de leche tibia, y tras rezar un rosario, mientras las perras dormían plácidas en su jergón, junto a la pobre lumbre, se despedían, deseándose unas a otras, la buenas noches y el hasta mañana si Dios quiere, y desfilaban cada cual a su camastro, unas al despacho del Jurisconsulto y la otra al cuarto de servicio, y las perras remoloneando abandonaban el cálido lecho de la cocina, para ir tambien a vigilar el sueño de sus amas.
Tras las oraciones de la mañana y el desayuno, las Señoritas Maqueda, salieron a asolanarse un poco al banco que había en la zona del patio de la cocina, junto al cobertizo del motor de pozo y donde se apilaba la leña. Genara por su parte se afanaba, en quitar hojas secas a las hortensias y en barrer tras el expurgo, el enlosado de pizarra.
Genara, se dirigió a las nonagenarias diciéndoles.
- Señoritas ¿Qué comemos hoy?
A lo que Visi, contestó.
- Pues lo que tu creas, pero yo pienso que hoy nos toca, patatas con bacalao, yo puse a desalar un trozo ayer, está dentro de la fresquera, en la despensa.
Y entonces intervino Valitu.
- Llevadme a la cocina, que yo pelo las patatas.
Otro día más que se iba finiquitando, al ritmo de las comidas y mecido por la algarabía de los trinos de la mañana.
Y llegó el jueves, y llegó Don Melquíades y se fijó el día. El entierro sería en cuatro días, hoy estábamos a dieciocho y sería el lunes veintidós. Además tras saberlo, corriendo había buscado Valitu en el santoral y le parecía pero que muy adecuado uno de los Santos festejados ese lunes, Santa Oportuna, y desde luego que era oportuno, que se llevara a cabo el entierro ya de una vez.
El lunes por fin llegó, el cura, revestido, abrió la puerta de la plaza de Dios, la abrió de par en par, y flanqueado por los cuatro trajeados hombres entre los que estaba Miguel, desfiló por el paseo empedrado, hasta llegar a la puerta principal, Allí estaban las tres, enlutadas como siempre, esperando que los hombres bajaran a la bodega para comenzar de una vez con el extraño funeral. Los dirigió Miguel, que se conocía bien la casa, subieron el ataúd del sótano y en la entrada del palacete, frente a las mujeres, se lo cargaron a hombros, cuando Don Melquíades con el hisopo rociaba con agua bendita el ligero féretro. Los cuatro hombres con sus modestos trajes, caminaron delante, tras ellos el cura y tras él, las tres mujeres, atrás dejaban los ladridos sordos de Pirraca y Furriña, que estaban encerradas en la cocina para que no pudieran importunar.
En la plaza ni un alma, eran las siete menos cuarto, y entonces empezaba a amanecer, en la puerta de la iglesia donde habían sido bautizadas las tres, les esperaba con la puerta abierta, Tomas, el viejo sacristán de San Rafael, al pasar delante de él, hizo una reverencia al féretro y luego otra a las tres.
La misa fue corta, sin sermón, una misa de diario, con una sola lectura y su salmo, que decía.
Protegeme, Dios mio, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: "Tu eres mi Dios".
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa
mi suerte está en tu mano.
En la misa, en la primera fila de la izquierda estaban los cuatro hombre, y en la primera de la derecha las tres mujeres, sólo ellos estaban en aquel raro entierro, que se había hecho de rogar.
Tras el responso Don Melquiades, bajó del altar mientras los hombres cogian el feretos y comenzaban a salir para llevar los restos al Campo Santo, que estaba detrás de la Iglesia, el viejo Campo Santo, porque ya a nadie se enterraba allí, salvo a los Maqueda y a tres familias más de igual prestancia, que tenían sus imponentes y solariegos panteones en él.
El cura, acercándose a Valitu, le dijo.
- Satisfecha, esta partida la ha ganado usted.
A lo que Doña Valentina Maqueda, respondió.
- No la he ganado yo, la ha ganado el sentido común, mi pierna tiene derecho a ser enterrada como le corresponde por ser una cristiana parte de mi cristiano cuerpo, con su correspondiente entierro, misa y responso, pues si yo tengo alma, en lo que le toque en parte, mi pierna tambien. Ahora descansa en paz y tranquila donde tiene que estar, y por cierto que allí me espere mucho tiempo.
Y tras decir esto marcharon detrás del cortejo fúnebre por fin y por última vez. El cura, Visi y la Genara que empujaba la silla de ruedas de la nonagenaria y cabezona Valitu.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Fermín Bermejo Ruiz-Casamar
La debilidad suele apuntalar traiciones, suele abrazar por temor al que vence, al que dice haber vencido.
Eso era Fermín, un débil, un vendido a la corriente imperante, un indolente que jaleaba la represión al idéntico, al igual en perseguidas taras, al igual que no cobarde, al valiente que sin hacer alarde de su innata inclinación no la negaba, al que asumía sus amores y amoríos inconvenientes.
Fermín Bermejo, Ruiz, el mayor de una mediocre patulea de hermanos, a cual más trepa y convenencioso, mostró lo que en casa mamó. El interés del usurero de su padre, la cobardía mojigata de su madre, que siendo bellísima, se resignó a casarse con Jacinto Bermejo, porque sus padres, los Ruiz Casamar, estaban asfixiados por los empréstitos y dieron en pago a su abnegada y tibia Mercedes.
La usura como la tibieza son líquidas, adoptan la forma del recipiente, se ahorman al bando de la victoria, al discurso imperante, al tirano que subyuga y reprime al diferente, al disidente.
Fermín, aprendió pronto de lo conveniente, del teatrillo de adular al poderoso, del agasajo y los frívolos aspavientos serviles que se propinan al que ordena. Don dinero manda y manda servir al que abre las puertas de tu negocio.
Mercedes, que de por sí, era ya una nulidad, una bella nulidad, se ahormo muy bien a la vida regalada y fácil que tenia con aquel marido horrible, repulsivo y zafio. El amor no se compra, al amor se le distrae, y ella distrajo su amor, con las sedas y los oros, con la casa vulgar y grande, con la calesa dorada hasta las trancas que la llevaba los domingos a la misa de las diez. En el pequeño cosmos de las preeminencias, ella que sólo era linda fachada, se rindió enseguida a las onzas de caro chocolate suizo, a los hojaldres, al buen yantar y vestir, y olvido que su pecho se desbocaba, cuando entraba en la sala de la casa de los Casamar, Miguel. Había llovido tanto de aquello, había llovido y había parido y había engordado y se había apoltronado, a la vida opulenta y mediocre de los Bermejo Jarrete, de los usureros de Albamoral.
Miguel Tormo, era el hijo del herrero y herrador de bestias de la villa, era el que herraba a la yegua negra azabache que tenía por entonces su padre, a Cayeta, una yegua preciosa a la que ella también montaba a la amazona, en la silla de terciopelo rojo de la Marquesa de Cardiel.
Miguel, joven, alto y vigoroso, tambien la miraba, cuando entraba en la sala de abolengo menguante de los Casamar de la Plata, en la sala de paredes enteladas de rojo damasco, donde se notaban las faltas de los cuadros importantes, vendidos para poder seguir capeando el temporal de la ruina. Él, también la miraba y le hacía ojitos, porque en verdad, la bella Mercedes era una mujer a la que era imposible no mirar. Alta, delgada, grácil, de cutis anacarado y ojos suaves de color avellana, y con una boca definida y jugosa, era todo eso Mercedes, además de simple y dócil. Era una venida a menos, pero con la prestancia de quien viene de donde viene, era el vivo retrato de la Marquesa de Cardiel, pero sin su temperamento. Ella suspiro por Miguel y Miguel por ella, pero nunca pasó a mayores, algo que nunca habrían consentido sus padres, que contra pronóstico, pues esperaban un emparentamiento de alto copete, terminaron pagando sus deudas emparentando con los vulgares y acaudalados de los Bermejo Jarrete. No hay Don sin Din, y ahora había mucho Din y un poco menos de Don.
Miguel, rápido se recompuso y casó con Engracia Valente, un poco menos guapa, pero muchos más sensata, ambiciosa y conveniente.
Volvamos a Fermín, el sansirolé de los Bermejo, el primogénito, y aunque él no lo reconocerá nunca, al sarasa de los Bermejo. Fermín, era un pánfilo como su madre, un delicado y acomodaticio bobalicón, que aunque voluble, no tenía la listura de su padre. Y ser tibio sin el don de la oportunidad, no era del todo conveniente. Es lo malo de casar con bellas necias, que corres el riesgo de que te nazca la prole con esa genetica.
Al carácter ñoño de Fermín, contribuyó mucho Jacoba, su ama de cría, la que le dió el pecho, porque al principio, en el primer alumbramiento la esbelta de Mercedes, ni leche daba, luego con la afición que cogió a las pastas y a los dulces que la hicieron engordar, los siguiente partos si la dió, buena y abundante leche. Por esa escasez y para criar sano a Fermín, tuvieron que traer de nodriza a la criada de Doña Mercedes Casamar, la madre de Mercedista, como la llamaban en su casa. Trajeron a Jacoba, que un mes antes había parido a su primer churumbel también. Y fue muy culpable la Jacoba, fue ella la que metió muchas tonterías e insensateces, los delirios de clase alta de los Casamar, en la cabeza del pazguato de Fermín. Jacoba como criada que había sido de la madre de la señorita Mercedita, siempre se considero por encima del resto del servicio de la casa de los Bermejo, siempre se sintió ella enharinada de la hidalguía de la hija y de la nieta de la Marquesa de Cardiel, a la que ella ni había conocido, salvo por el retrato de dos metros de alto, que presidía el salón de damasco rojo de la casa de los Casamar.
Con un poco de Jacoba y un mucho de genetica, el señorito se fue atontolinando, sin perder la mamada tibieza de los prestamistas y se fue escorando en fundamentalismo hasta tal punto que quien sabía de sus cuitas secretas, no daba crédito a tanta contradicción, entre su ser natural y su inventado ser. Claro que él, no era el único sodomita, metido a macho en las filas del Partido Montañés. El no era el único y por eso quizás, porque estaba prendado del Recio Silvano, terminó allí. Recio Silvano, hasta que tres tragos lo transformaba en la Viciosa Silvana, claro que eso sólo pasaba en la Taberna de Tarantos, a última hora, cuando la dipsomanía les soltaba la melena en los cuartos privados, con los selectos fanfarrones de los pueblos. que se vendían a los señoritos invertidos por cuatro monedas, por cuatro tragos, por muy poco. De lo que ocurría en esas salas nada trascendía, era algo silenciado por todos, ni los que iban por curiosidad, ni los que iban por irrefrenable pulsión, ni los que lo querían ver y probar, soltaban prenda sobre aquellas orgías, a las que acudían variadas moscas y moscones. Es lo que tiene la perversión, el vicio tiene su público y atrae a su pequeña y selecta parroquia.
Silvano Petrelli, era el hijo mediano de Don Facundo, el médico, casado con Gervasia Molina, la terrateniente de Albamoral, era un morlaco, con trazas de supermacho, por eso lo llamaban el Recio, claro que casi nadie salvo los iguales y los de las fiestas secretas de los Tarantos, sabían de su debilidad, muy bien disimulada por su hombría y por su empeño en mostrar masculinidad y rudeza.
Fermín, bebía los vientos por Silvano, pero Silvano, no los bebía por Fermín, algo que engancha mucho más que ser correspondido.
Era insensato, que a pesar de su carácter voluble, un joven con los delirios de hidalguía de Fermín, militara en el partido anarquista y antimonárquico, aunque fuera el partido vencedor y que gobernaba tras el pucherazo, toda la comarca, claro que también era incomprensible que Don Facundo el médico, casado con la Rica del pueblo, fuera el Alcalde republicano de la villa, y que su hijo, el hijo de la Rica, fuera también republicano y anarquista. Incongruencias, que no son tan incongruentes, porque el poder y el dinero buscan su acomodo en cualquier ideología, y ni tienen Dios, ni tienen principios, ni tienen una idea clara de Patria. El caso es que las dos adineradas y locas, estaban con el poder, con el vencedor y en el mismo partido, y corriéndose el mismo tipo de viciosas juergas, entre bambalinas, en la discreta trastienda. El uno, buscando que lo cabalgaran fornidos fanfarrones y el otro. buscando que lo montara el Recio Silvano.
Fermín, que a duras penas disimulaba su afectación, era muy cómico soltando exabruptos contra los maricones, contra los delicados como él, contra los que jugaron con él, en la infancia. Contra Bartolito, el hijo del notario, Don Braulio. Bartolito, que estuvo interno en los salesianos de Cardiel, interno como él. Bartolito, con el que se hizo las primeras pajas y fantasearon juntos con fornidos mancebos que los quisieran correr.
Fermín, era pura incongruencia, porque ya no era estar de perfil en esta tropelia de retrógrados, que no sabían ni lo que era el anarquismo, sino que por amor bebía y trasnochaba mendigando que se fijara en él, el Recio hijo de Don Facundo. Y Silvano, otro idiota, que no sabía muy bien para que lado estaba canteado. Claro que la incongruencia de Silvano, era más fácil de entender, después de todo su padre era el Alcalde republicano del pueblo.
Todo es inútil si dejamos pasar infecundas las horas. Si dejamos que nos atropelle la desidia, la infértil pereza de los días sin preñez, de los logros que perseguimos y nunca llegan.
Fermín, se emperezo en asolanarse en la postrante tristeza, se rindió al inútil amor del que no te corresponde, a la guerra perdida que es amar a quien nunca pensó en corresponderte, en compartir contigo la más trivial de sus caricias.
Silvano nunca lo vio como su partener, y el destrozo que suponía seguirle en sus correrías y ver como era poseído por cualquiera, sin que existiera el mínimo atisbo de que el Recio, lo quisiera poseer a él.
Militar en el Partido Montañés, fue una agria derrota, fue sumirse en la soledad de sentirse rodeado de desiguales, de la vulgar milicia de un régimen malsano que apedreaba a gente como él.
Ser tibio no es no tener sentimiento, no es tener un pedernal por corazón, hasta los necios lloran cuando se les zahiere. Y eso era Fermín, un necio zaherido por el desdén del fornido Silvano, por el cuerpo imponente y arrastrado de la Viciosa Silvana, por la promiscuidad del Apolo del Petrelli.
Nada se puede envidiar a quien arrastra su orgullo por los tugurios y bebe para morir y olvidar, y ni muere, ni olvida, sigue vivo, maldiciendo y malviviendo sin la caricia perseguida y sin sentir el alivio del beso del que quieres amar.
Solo, el hidalgo de provincias, abandonado por sus iguales ante su estúpido y cruel desdén, con la boca agria de alcohol y mamadas, con el corazón roto de ver como cualquiera poseía al toro de sus desvelos, cansado de los días sin noche, de las salas del vicios sin caricias, de fingir y llorar tras engañarse y engañar. Con las carnes agarrotadas porque nadie disputaba su corazón, porque la bestia ni siquiera atisbaba su amor. Agarrotado por ver como Silvano, ni siquiera era consciente de que él, sólo buscaba robarle un beso en la vorágine de brazos y miembros, un beso con sabor a polla de otros, a semen de otros, un beso que no era ni para él. Solo, se rindió y derramó el frasco de su trivial y tibio aroma en las vías del tren. Se postró ante los raíles, esperando el abrazo férreo, que lo redimiera de aquel penar tan atroz. Y así fue, a las cinco y veinticinco minutos de la madrugada del jueves 23 de noviembre de 1863, un tren de mercancías que ni paro, rompió su cuerpo grácil y frágil y lo liberó.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Melania de Windsor
Melania de Windsor siempre sintió aversión por las medianías de los tibios y mediocres, solía decir sobre un compañero de correrías de la infancia que aun sintiendo cosas similares a ella eligió un camino diametralmente distintos.
"Siempre desconfíe de los blandos, no hay peor cornada que la que te dan las mosquitas muertas. Mansurrones que con sus finas palabras te envuelven de dulzor y aspavientos.
La verdad es que eran un bucle sus sermones, eran un vuelta la burra al trigo, una crítica suavemente despiadada a la valía, al orgullo que genera hacer rendir tus talentos. Dios nos dejó bien claro que no podemos enterrarlos. Acaso es delito, acudir a quien te los ha dado con la cabeza alta y sonriendo, después de haberlos multiplicado y habiéndote ganado el pan con el sudor de tu frente, no pedigüeñeando el pan a los otros, a los que lo han ganado con su propio sudor.
Triste ver, como quien tú sabes que tiene cámara y recámara, desordenada trastienda, luce relamido y acicalado con oropeles mundanos, mientras critica las leyes de este mundo, que no son otra cosa que una trasposición más imperfecta de las leyes del otro y perfecto mundo.
Si debemos rendir y trabajar, como no descansar de la jornada, con un pelin de humana soberbia, de engreimiento, que no es otra cosa que sin maldad, mirar atrás y ver que tu tesón te distancia de los que creen que el Dios benevolente que recoge donde no siembra, les va a regalar fortuna sin dar un palo al agua o por parasitar a quien lo da, y esperar de él, del laborioso, una mal entendida caridad. No se dan peces, se enseña a pescar, y para pescar uno tiene que querer primero aprender y estar dispuesto a faenar."
Melania, entendía de traiciones, de manos que en la sombra te acarician y manosean, y en la plaza prentas cogen una piedra para lapidarte. Melania, siempre entendió de trastiendas, de sótanos, de puertas y corralas traseras. Entendió de dobles y triples vidas, de enharinados hipócritas, de jueces que no soportarían que se exhibiera, y juzgará con sus mismos argumentos, en un escaparate su escondida vida. De blandos convenenciosos, acicalados y relamidos, embaucadores, serpientes, amigos de Satanás que cuando nadie los ve, se desnortan y maman con ansia puta todo lo que se les pone por delante.
Melania de Windsor, nació atrapada en un cuerpo de hombre, que ella costosamente convirtió en el de una bella y explosiva mujer, por eso hablaba desde el orgullo que da creer en Dios, pero enmendarle la plana, pues Dios escribe con renglones torcidos y ella contra viento y marea, le enderezó los renglones a Dios.
Ella, siempre solía decir:
- "No existe la perfección inalcanzable, existe la perfección que no se alcanza"
Las tres misas de Remedios la Pelirrata
No hay nada peor que ser menesteroso, ni tienes dinero, ni tienes un ápice de credibilidad, nadie cree aun pobre de solemnidad.
Remedios la Pelirrata, era eso, una pobre diabla, a la que nadie prestaba atención, ni su madre la creyó cuando acontecieron los hechos y se los contó, más bien porfió con ella y le dio un par de soplamocos por tener esa imaginación tan calenturienta.
Con el correr de los días y con lo fácil que era seguir con el abuso, la niña se hartó y aunque sufrida comenzó a maquinar. Ella no lo habia leido en ninguna parte, porque sencillamente no sabía leer, pero ella sabía y en las calles decían, "ojo por ojo y diente por diente", y renglón seguido añadían los viejos, que lo decía Dios en la Biblia.
Valeria la Capamachos, era bruta y poco cariñosa, era despiadada con la delicadeza de su hija, era despectiva con sus formas gráciles y delicadas, que en nada se parecían a las trazas de acémila de la Capamachos. La niña que desde bien temprano se ganaba su pan y lo que no era su pan, pues llevaba el jornal que ella podía a casa, trabajaba limpiando y haciendo los oficios que le encomendaban, aunque ahora lo hacía en exclusiva en la casa de Don Marcelo Ventura, el párroco.
Remedios, sufría resignadamente y pensaba y pensaba, en los ojos y en los dientes, en los que a ella le tocaban, en los que a ella como cobro le correspondían..
Remedios la Pelirrata, no era muy lista, pero era observadora, y mirando y mirando y con la teoría del acierto error, ideó su venganza.
Tres meses llevaba sirviendo en la casa del cura, y tras tres meses de ir y venir el cántaro a la fuente, ella supo que se había roto y que se había quedado preñada. Lo silencio, porque sabía que si hablaba se ganaría una paliza del gañan de su padre y de la aviesa acémila de la Capamachos. Y probó con ella, la tramada venganza, a ver si era cierto y acertaba. Fue probar y al día siguiente la descompostura de sus padres era tan grande que entre retortijones, vómitos y cagaleras estiraron la pata, y se llevó por delante dos al precio de uno.
Los enterraron como a pobres, en unos ataúdes prestados para llevarlos con un poco de decoro a la iglesia y al cementerio y allí sacarlos y metidos en unos fardos viejos de aceitunas, tirarlos a los dos juntos en el mismo agujero. Fue un entierro triste, sólo ellos, los siete hermanos. Cinco de ellos ya ni estaban en casa, habian volado del nido, pero vinieron para asistir al velorio y al sepelio. Solas se iban a quedar Remedios y la Santa, que en ese momento tenía ya siete años, pero atendía ella toda la casa, porque la difunta Valeria, siempre estaba fuera haciendo dulces y matanzas. Siempre los tuvo muy desatendidos y eran entre ellos los que se atendían. Poco iba a mudar a partir de ahora, no iban a dejar de ser pobres, no iban a ir más atrás, salvo que ganarían en tranquilidad. Con el dinero de Remedios, de momento podrían mantenerse las dos, en espera de las nuevas decisiones.
Remedios, tras el acierto, siguió con sus cuitas, pero con mucho más cuidado, porque ya lo había visto en su casa, queriendo un diente, saco de un tirón dos, y eso no se lo podía permitir ahora, porque a los pobres no los atienden los médicos, se mueren solos y del último mal, y así lo firman en los papeles, que comieron algo que les sentó mal y la espicharon juntos y en buena compaña, cagandose los dos juntitos las patas abajo sin poder llegar por los retortijones al escusado.
Con aquella calma en casa, lo ideó todo mejor. Y vistiendo holgada con los trapos de su madre para que nadie notara su preñez, ahorro y ahorro. Y fue entonces cuando planeo encargar tres misas por el eterno descanso de sus padres, tres misas pagadas, tres misas que pagó a Don Marcelo en la sacristía, sacristía que tuvo también que limpiar como parte del pago y fregar de rodillas con un cepillo de raíz el suelo el suelo de losas de piedra, para desentrañar la asentada roña que no limpiaba Críspulo el Pulgo, el holgazán y amanerado cretino del sacristán. Lo hizo gustosa y al día siguiente se remudo y arreglo tambien a su hermana y juntas en primera fila asistieron a la primera y pagada misa.
Ni que decir tiene que Don Marcelo, no dijo ninguna misa más, esa misma noches cagando sangre y entre dolorosos retortijones, estiró la pata.
A él. si lo miro y remiro el médico, y saco como conclusión que se había envenenado con algo, que algo malo había comido, pero como recorría tantas casas tomando pastas y anises, chocolates y churros, que vete tu a saber donde, porque en casa no encontraron nada, y ni Remedios, ni la Pascuala, que era el ama de la casa tenían nada, con lo cual nunca dedujeron que la niñita le hizo hincar el cuenco, envenenandolo con una reducción de boletus satanas y oronja verde y blanca, que puso en la vinajera mezclada con el vino de consagrar, mientras limpiaba y pagaba las misas funerales de sus pobres padres.
Cobrado el diente y sin trabajo, las dos niñitas y lo que venía en camino, pusieron tierra de por medio y marcharon al pueblo donde trabajaba Ramón, el más sensato y generoso de los hermanos.
No hay crimen sin castigo y hay castigos que se cobran con mucho más que un diente.
Úrsula Molín de los Visos
Se amaban como se aman las fieras, en silencio, sin enturbiar la urgencia con palabras.
Tres días a la semana, asía su firme mano la cabeza de la serpiente, para que golpeara la manzana de bronce el chapón del llamador. En seguida le abrían la puerta, con el habitual zalamero servilismo que prodigaba Ascensión. No era necesario que le dijeran dónde ir, ni le acompañaran, él sabía cómo encaminarse y llegar. A las seis de la tarde mueren los días a finales de otoño y a las seis menos diez ya estaban encendidos los tres quinqués de la sala, y ya estaban corridas las cortinas rojas de terciopelo adamascado.
La casa de los Visos, estaba a las afueras, en el centro de una enrejada parcela y encaramada en una redondeada y boscosa loma. No había motivos para sospechar, pero sobre todo no había que dar motivos, por lo que toda cautela era poca.
Úrsula Molín de los Visos, era una acaudalada y devota viuda de la urbe, vivía en la zona alta, por donde no se había desparramado el caserío. Su casona oteaba desde lo alto, el poblado llano, los barrios enteros que eran de su propiedad.
Severiano, entró en la sala y cerró tras de sí la puerta con una vuelta de llave, el servicio sabia y sobre todo Asunción, que no tenían que importunar. Doña Úrsula, ni se movió, en la mesa estaban la tetera, las pastas y el Áncora de Salvación. En el libro abierto, por la página seis, se podía leer "Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos..........."
Él, se sentó frente a ella, se sirvió un té que aún abrasaba, y tras tomarlo se levantó, desplazó su sillón y apartó sus negras sayas, algo que ella, también facilitó, acto seguido se abalanzó sobre Doña Úrsula, liberando su tórrida y encarcelada fiera, y con rápidas acometidas y con opacados jadeos la poseyó. Y sólo por un instante se recobró en su rostro, la rosada color, y él, con una última y colérica embestida, rindió su cabeza en el hombro izquierdo de Úrsula, y tras tres segundos de celestial reposo, como un resorte se incorporó, abotonandose la bragueta y enjaulando de nuevo su desfallecida verga, mientras ella hacía lo mismo, cubriéndose y atusando sus sayas.
Los dos en silencio. y tras recobrar ella su pálida tez, volvieron a servirse otra taza de té.
Y Úrsula, dijo entonces:
- Padre Severiano, confiéseme ahora usted.
viernes, 8 de noviembre de 2019
Abrazamos lo foráneo con cómica grandilocuencia
Abrazamos lo foráneo con cómica grandilocuencia.
Con la sonrisa baladrona que caracteriza la aculturación del memo.
Digestiones fáciles de aborregados cantos difíciles.
Mediocres, que creen que los zarrios, que vara el oleaje en nuestras costas, son tesoros de lontananza.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
Parafilias y parafobias
De parafilias y de parafobias.
La tendencia a ser y el miedo a serlo.
Es la ultracorrección del hipocondriaco.
Creen padecer toda sintomatología descrita.
Y hay quien con la patología diagnosticada cree no padecer nada.
Firisrados que se sienten seguros.
Seguros que se sienten fisurados.
El oleaje del mar de las pérdidas
No es fácil estimar la presencia de los ausentes.
No es fácil reconocer y mostrar las muescas que nos ocasiona perder.
Somos pasado continuo, los segundos fugaces y sus derrotas se acumulan en el fardo pesado de lo que somos.
Proyectamos anhelos pero sólo somos tiempo pasado, segundos vividos, pérdidas padecidas, ausencias insustituibles.
Son las espinas de los ausentes, las que con su fiero hoyar nos lastiman de modo más perenne.
No es fácil estimar el oleaje del mar de las pérdidas que lame el precipicio del imposible olvido.
lunes, 4 de noviembre de 2019
Peones en el tablero de la fortuna
Amantes condenados a amarse.
Amores que son roce y tragedia.
Colisiones de intereses.
Lechos de interés.
Contratos firmados con un tálamo.
No cesa la codicia de dar puntadas.
Y cose lacerante corazones infieles.
Corazones peones en el tablero de la fortuna.
Rozas por fuego
Las manchas son miseria que crece devastando belleza.
Angosta es la puerta del éxito, angosta y efímera, pues la cumbre está muy disputada y la reclaman muchos dueños.
Corroe el tiempo la neta claridad del hacendoso.
Corroe el tiempo la pureza y la delicada tersura.
Somos relámpagos en el oscuro firmamento.
Rozas por fuego, para que germine la nueva primavera.
domingo, 3 de noviembre de 2019
La historia borra cumbres
El olvido tiene mucho de desidia.
Es frágil la memoria del gandul.
La historia no la escriben los inoperantes.
No hay capítulos dedicados al inepto.
El valle es aluvión, limos de las altas cumbres.
Ser, nunca es inacción.
Si la historia borra cumbres, como no va a borrar al llano.
sábado, 2 de noviembre de 2019
La santidad
La santidad no tiene artificio, es lineal, no tiene dobleces, ni extrañas costuras.
La santidad no es estrategia, es dejar fluir la bondad.
miércoles, 30 de octubre de 2019
SUMIAL
"Cuando veo a algunos predicadores, extendiendo sus prédicas televisivas. Pienso, por qué no compraría yo acciones de SUMIAL."
Irsia Carolain Sprimbol
martes, 29 de octubre de 2019
Star negado
Despierta el día gris, con los gruñidos agónicos de un cerdo que consume sus últimos segundos antes de ser pitanza.
Plomo de otoño y de vulgar reducto de hambre y sed sin salvación.
Temo la mano de quien saciado de carne hambrea un star negado.
Todo es iracundo en el forzado encierro de mi marginalidad.
martes, 15 de octubre de 2019
Soles que nos acercan a la bruma
Todo vuela y desaparece tras el manto oscuro de la noche.
Todo fenece, todo de desvanece tras haberlo sentido.
Todo se escapa tras haberlo asido.
Nada nos pertenece, y si sentimos que nos pertenece es por nuestra frívola ingenuidad.
El tesón nos lo trae, la Parca nos lo quita.
De prestado vive el hombre, que no sabe cuántos amaneceres podrá disfrutar.
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