Tierna arcilla eran los niños en sus manos, tierno barro que él, modelaba con malicia, con sádica perversión.
En el internado, él, era el director, bajo sus órdenes estaba todo. Era suspicaz, muy inteligente, con una gran capacidad para influir y manipular.
Era maravilloso tener a su merced aquellos muchachos huérfanos, sin vínculos familiares o con muy pocos vínculos.
Manfred, era ególatra, despiadado, un depredador nato, y en el internado tenía todo tipo de carne de cañón.
Nadie podía imaginar el doble juego de aquel ser de apariencia angelical, alto y apolíneo. Él, no era sólo el director de aquel hospicio, sus negocios se extendían en el mundo de la noche y las depravaciones inherentes a aquella Gomorra de las Antillas.
El Hospicio de San Isidro Labrador, estaba enclavado en el barrio del mismo nombre, en el barrio de prostitución preferente de la vieja ciudad.
Había que vivir de las mujeres y nunca morir por ellas, solía decirle con la puerta cerrada, en el despacho, Pepito.
Pepito, era su escudero, fuera, en el barrio peor afamado de la ciudad, era el que ejecutaba sus órdenes y le controlaba a las prendas, o a los muchachos en los reservadísimos cuartos del hostal de la Caridad.
Manfred, era hijo de la sacarocracia habanera venida a menos, que no podía ya permitirse vivir del cuento y por eso entró a dirigir el orfelinato de San Isidro. Lejos quedaba la vida regalada de sus padres y de su infancia, el palacete en el Paseo del Prado y los estudios en Estados Unidos.
En San Isidro, el barrio del sexo rentado como lo conocían en toda La Habana, no le resultó nada difícil contactar con el hampa, y hacer dinero fácil y liderar estas juntamentas. Manfred Johnson de Basterrechea y Villiers, tenía el don de unir con clase las palabras, de hablar en un tono bajo y lineal, con pocos aspavientos, se notaba que había viajado y dominaba el inglés, todo esto hacía de él, un guayabito, un conquistador, con capacidad para rendir por igual a hombres y a mujeres. Su vida, como le dijo Lola, la negra que lo crió, estaba gobernada por Changó, uno de los orishas del panteón Yoruba, señor de la virilidad y del fuego; dueño de los tambores de Batá; que representan el gozo de vivir, la belleza masculina, la pasión, la inteligencia, la riqueza.
Él, desde el internado, era el guardador de uno de los mejores rebaños de putas del barrio, las prostituía en todo tipo de locales y las mandaba también a hoteles, en el Saratoga, él, era el único suministrador. Y a los niñitos exquisitamente seleccionados y aleccionados, los mandaba por la tarde al Hostal La Caridad, entraban de modo muy discreto, por un callejón que había en la Calle Damas, detrás de la Iglesia de La Merced.
Después de la primera intervención americana, Cuba ya no era lo mismo, se suprimieron los toros, hasta se prohibió la lotería, con las peleas de gallos no se atrevieron, pero el vicio continuaba igual de pujante, y se abrían nuevos hoteles y salas, y los gringos venían a los casinos, a disfrutar de las francachelas nocturnas que ofertaba La Habana.
El bullicio de putas exoticas, preferentemente francesas, aunque en realidad no todas lo eran, y fueran belgas, alemana, italianas o austriacas; trajo la guerra por el control del mercado; y esas disputas, una mañana, se materializaron en un disparo al fiel Pepito, un disparo desde un balcón, en el que no se encontró a nadie. Pepe, iba al Palais Royal, a la Calle Obispo, a hacer compras, de esas que la revolución terminó llamando burguesas, acompañado por Paula Morales, pretendían compran caprichitos. para que lucieran ardientes y bien lindas las de Francia, las de los usos libertinos, las del sexo oral y anal, las de las posturas contorsionistas, las más codiciadas. El tiro le rozó la sien, le hirió. pero sin graves consecuencias. Fue un aviso que obligaba a extremar las precauciones.
Manfred, se sintió muy contrariado con este conflicto, con esta colisión de intereses, que se podía haber saldado con la pérdida de su queridísimo Pepito, de su incondicional y fervoroso servidor, de su más leal compañero.
No era fácil encontrar alguien que te profesara esa devoción, alguien a quien también profesar aquella camaradería que existía entre los dos, entre el refinado Johnson de Basterrechea y el bellísimo rudo, pero tierno Pepe Villaverde. Se conocieron en los tiempos mozos en los que Manfred, aún iba al colegio San Melitón, no eran compañeros, José, era de ascendencia social más baja, su madre llamada, La Vizcaína, era cocinera en casa de los Torre de Lima y le tocaba a Pepito, llevar el bocadillo a la hora del recreo a los señoritos de su madre. Su amistad, se afianzó un dia en El Cosmopolita, cuando un amigo conservador y de elitista familia, Alonsito Morales de Cepeda, se metió con el muchacho, con su Pepito, y Manfred, le despachó un puñetazo que le aflojo varios dientes. Desde entonces su unión se hizo inquebrantable, unión que venía desde cuando jugaba con él, en la cocina, en las aburridas visitas a sus parientes los Torres de Lima.
Villaverde se salvó, sólo le quedó la marca del rasguño, pero la herida en el honor de Manfred, nunca cicatrizo y le obligó a poner un escolta a Pepe, alguien que guardara sus espaldas en las noches de bayú de San Isidro.
A pesar de ser de una familia de linaje católico, por extrañas razones Manfred, se inició en la Sociedad Secreta Abakuá, muy probable seria por el influjo de Lola, la negra de Matanzas, que llegó a la capital desde el ingenio de los Villiers, para servir a Leandra, cuando esta se casó con el Johnson de Basterrechea. Para ser hombre, no hay que ser Abakúa, pero para ser Abakúa, hay que ser hombre; esta secta, originariamente sólo admitía varones negros, pero desde 1863 y en Guanabacoa, por obra de Andrés Petit, se empiezan a incorporar blancos y mulatos en un plante llamado Akanarán Efor. su iniciación ñañiga confirió a Manfred, una gran versatilidad de movimientos en los submundos de la isla, así como la capacidad de penetrar en esferas sociales vetadas a un blanquito católico de clase alta. Podía, y lo hacía, relacionarse con lo más alto y lo más bajo y conociendo todas sus miserias. las podía explotarlas en sus negocios de juntamentas con hembras placenteras.
Tras el intento de destronarlo, el Johson de Basterrechea, desplegó todo su maquiavelismo, para proteger lo que era suyo, sus fulanas y sus pisos de citas, sus colegialas y las putas viejas que trabajaban para él, de matronas, su más que rentable Hostal La Caridad y su influencia en el Saratoga, en el Tokyo,en el Hotel Sevilla. Ser el Rey, conllevaba estar expuesto a conspiraciones.
No le costó averiguar el apache, el chulo francés, que estaba detrás del ataque a Pepe, averiguarlo y marcarlo, para con la requerida calma tenderle una trampa y cobrarse con intereses la osadía.
Todas las mañanas, discretamente y en el bar de siempre, desayunaba con su Pepito, en la esquina con Compostela, cerca de la fonda donde se hospedaba el fiel. Allí en un velador esquinado, los dos trataban de sus asuntos, con un café y un coñac, de la demanda de putas por la construcción del canal. Y tramaban cómo iban a pasear el cebo de Rachel, "La Rosa de Francia" la más bella mujer que paseó tacones por las estrechas calles del barrio.