sábado, 19 de enero de 2019

La palmera ya ha muerto.


La palmera ya ha muerto, yace erguida en la niebla, víctima de una desidia indecente, de una inoperancia maldita. Se veía venir su muerte, se veía venir a su asesino. Nadie hizo nada para salvarla, a pesar de que se pavonean de lo que la querían.
El patrimonio nada vale en las manos del necio, a merced del inútil, del zafio que en nada atina, del desatinado que aculturado por la foránea estulticia, con la agonía de su tierra no se duele.
Somos barro en manos del electo memo, en las manos del corral de comedias, que es la casa desde la que se nos gobierna.
Muy postrante es el señalamiento de los que nada hacen y sin hacer nada, dilapidan nuestro sudor.
Es invierno de nieblas que cierran el valle, de nieblas de tuerto y ramplón, que reina en la narcótica ceguera de los que viven de la limosna, de las migajas que cierran bocas, que impiden el cambio, que sacian a los ciegos que ya no se duelen con la ruina de su belleza, con la descompostura sin futuro que es ya esta deshabitada Villa, de pinares talados, de palmeras enfermas, de circo y vulgaridad.

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