Raro es el día que las campanas no doblan.
Doblan por otro que ya se ha ido.
Otro que ha muerto solo.
Solo en las salas del abandono.
Sin perrito que le ladre.
Sin mano amiga que le coja la mano.
Sin el interés de un ser amado.
Sin un interesado en mitigar el dolor de la partida.
El dolor de esperar partir.
Porque para eso lo dejaron allí.
Para precipitar su partida.
Otro muerto solo se ha ido.
Y al entierro y reparto su familia ha venido.
Plañideras malvadas que se sienten aliviadas tras la partida.
Hijos cobardes que no impusieron en sus casas, a sus mujeres zafias, el calor de las últimas horas de su madre.
Se enfría el cuerpo en el velorio de ruidos.
Y se abre la tumba donde la espera el marido.
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