miércoles, 29 de abril de 2020
Mi tormenta
La indecisión.
Es el aprisco del infierno.
Es la alta tapia, que nos encarcela.
¿De qué sirve el brío?
Si tu comedimiento, lo amansa.
No temo al mundo.
Temo tu pereza.
Ese querer ser y encajar.
Ese imposible nuestro.
Porque la luz, no encaja.
La luz, sólo desborda.
Y en brutal e iracunda riada, inunda, baña.
Israel, solar maldito.
De altas e inaccesibles tapias.
Mi tormenta, no tiene nombre.
Pero bien podría llamarse, Israel.
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Confieso que nunca me había fijado tanto en un hombre de carne y hueso. Peligro de electrocución son tus formas de llamar mi atención primaria. Aunque yo no chillaré jamás sin tu permiso; quede dicho. Pues persigo a tu angélica saliva, haciéndose diablo en mi intelecto caprichoso, por la pura vanidad de empaparme de un Arte verdadero, en esta esponja seca de mi alma hueca y carente de sublimes esencias sensuales, en los alrededores verduleros de mi extrarradio obrero. Porque me veo en ti; y en ese tú... mi tiempo es tuyo. Y tu poder inmenso, recae en mi pereza maniatada. Y si fuésemos posibles en otra forma del entendimiento, sería yo capaz de darte mi pereza por momentos, para que hicieses tú con ella cuanto te placiese, con tus garras sensibles en las cascadas de mis pómulos de poesia llorada.
ResponderEliminarQue belleza encierran tus palabras, que de belleza contenida, que yo desembridar quisiera, y a lomos de ese corcel liberado, cabalgar toda la faz de la tierra. Contra pereza, diligencia. Que el diligente e inexorable tiempo, nunca siente, ni remordimientos, ni pereza, al finiquitar nuestros segundos, al finiquitar nuestro finito tiempo.
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