Él, tenía dos hijos cuando decidió casarse con ella. Marío tenía ocho años y diez Rubén.
Los abuelos siempre pusieron pegas a casi todas las candidatas, pero cansados, con esta se relajaron un poco.
Ricardo, era joven, era normal que quisiera olvidar, que quisiera rehacer su vida, que quisiera tener una mujer a su lado, que hiciera de madre para sus dos hijos.
Se casaron de modo sencillo, sólo por lo civil, una pequeña comida con los más íntimos y una semana en la playa sin los niños.
Los niños no la adoraban, pero eran conscientes de que había llegado para quedarse.
Ricardo, era un buen partido, a pesar de tener ya familia, era juez, unas duras oposiciones que vivió Mercedes, que supo entender Mercedes y que marcaron el ritmo de su relación y la boda. La boda religiosa y civil, cuando aprobó las oposiciones. Todo era perfecto, todo era previsible, todo era vivir y ser felices, tenían el futuro resuelto. Nacieron los niños y no cabía más felicidad, sanos, guapos perfectos. Hasta que la desgracia llamó a su puerta, y nunca mejor dicho, llamó a su puerta, porque eso hizo el ladrón que la mató, llamar a la puerta de la casa de la pareja feliz.
No fue, nada, nada fácil, reponerse a todo aquello, Mercedes sólo tenía treinta y dos años, Rubén tenía cinco y Marío sólo tres. Cuántos desvelos había tenido Ricardo, pensando, por qué estaba ella en ese momento allí, por qué no le dejo que robara todo lo que quisiera, por qué la había matado si sólo venía a robar.
Habían pasado cinco años, y había decidido poner fin al ese futuro perfecto, con Mercedes, que se había desvanecido.
Claudia, parecía perfecta, tras varios intentos por cuajar una relación con otras mujeres, intentos que siempre tenían un pero para sus suegros, incluso para sus padres y lo peor, incluso para él.
Claudia, llegó como agua de mayo, llegó para cuidar los niños, para echar una mano a Inés, que era la que llevaba todo desde la desgracia, desde que su madre prescindió de ella para pasársela a él.
Ricardo estaba también cansado de que su casa, era la casa de todos, de sus padres, de sus suegros, de su hermana Monica, todos venian a cuidarle, a verle, a atender a los niños, a sacar el perro de Mercedes, a hacerle feliz, porque todos venían con muy buena intención pero ahora él quería otra cosa, por eso busco una niñera, que pusiera freno a tanta entrada y salida, y pusiera orden en las vidas de sus hijos, consentidos por todos, para compensar la pérdida.
Claudia llegó discretamente y tomó las riendas, al principio encajó bien con Inés, y no chirrió con nadie, y el resto llegó sólo, se hizo necesaria, y era una joven que estaba bien, sencilla y obediente, dócil, y manejaba a los niños y ellos la respetaban y le hacían caso. Con ella llegó la calma y Ricardo, dejó de sentirse agobiado por el afecto y proteccionismo de los suyos. Claudia les hizo ver que ya no eran tan necesarios y así fue sucediéndose todo, hasta que decidió que era la más conveniente, que era su futuro, ese que quería encontrar. Y ella, no se limitó a estar, enseguida vio la posición que tenía y fue a por él.
Ricardo, tenía treinta y ocho, cuando se casó con Claudia de sólo veintiséis.
No era algo rubricado, pero Ricardo no tenía ninguna intención de tener más hijos. Claudia había asumido esta premisa y decía tomar medidas para no quedarse en cinta. Ricardo con Mercedes había planeado que tendría cuatro hijos por lo menos, pero ahora era otra cosa, no sabía cómo podría afectar esto a Rubén y a Marío y de momento no quería alterar esta tranquilidad.
Todos dieron su voto de confianza a la nueva pareja, les dieron su aire. El primer cambio fue que Inés volviera con la madre de Ricardo, todo esto ocurrió tras convertirse en la Señora de la casa, surgieron tiranteces, y la decisión fue propiciada por la propia Inés, que no se sentía cómoda a las órdenes de la advenediza como la empezó a llamarla, cuando hablaba con los abuelos de los niños. Inés hizo las maletas y se fue a casa de Doña Lidia, algo que esta agradeció, porque las chicas nuevas nunca tuvieron controlada la casa, como siempre la tuvo ella, y que Inés era como de la familia y eso daba mucha tranquilidad.
Claudia, sin competencia tomó las riendas de la casa, y la fue haciendo a su manera. Retiró las fotografías en las que aparecía Mercedes, fotografías familiares donde ella no estaba, empezó así a diluir, hasta borrar totalmente que Ricardo había estado casado antes. Pero a los niños no los podía borrar, ni tampoco podía romper por completo los vínculos con los abuelos y la hermana de Ricardo.
Su Ricardo era juez, pero el ritmo de vida que llevaban, no era sólo de su sueldo, el dinero venía de los padres de Mercedes, de la abultada asignación mensual que pasaban a Ricardo para sus hijos, para que estudiaran en el elitista colegio francés "Sacré-Coeur", para que llevaran la vida que les había programado su hija, por eso no podía cortar con ellos, tenía que permitir las vistas aunque poco a poco ella las fuera espaciando y dificultando, pero sin levantar suspicacias. Los padres de Ricardo estaban bien , pero no tenían tanto, ellos sólo consienten a los niños con cosas triviales, como hacia la hermana.
Siempre fue Inés, la que más recelos mostró contra la advenediza, la que aguijoneaba a Lidia, con sus sospechas, la que interrogaban a los niños cuando pasaban tiempo con los abuelos y bajaban a la cocina para que los empachara con sus dulces y sus ricas tartas.
Inés, nunca se creyó la sonrisa falsa de la dócil Claudia, y cuando Ricardo comunicó contra pronóstico, que estaba embarazada, dijo con voz sarcástica:
-Lo sabia, lo sabia, yo esto lo veía venir.
A los padres de Mercedes era más fácil complacerlos, los negocios y su vida social, hacían que tuvieran menos tiempo y que con mandar a los niños un fin de semana al mes a su imponente mansión, donde tenían de todo, o con verlos el domingo en misa en la Iglesia de San Marcial, tenían bastante, y eso Claudia, lo cumplía a rajatabla.
Mercedes, era hija única, única y adoptada, eso lo había averiguado recientemente, que no era de ellos, porque no podían tener hijos, y dado su importante patrimonio decidieron tener de este modo una heredera. Por esta razón era tan importante también cuidar a los abuelos ricos, porque cuando faltaran todo pasaría a los niños, a Marío y a Rubén, y claro el tutor era Ricardo y ella su mujer.
Ricardo, reaccionó bien, cuando supo la noticia del nuevo hijo, no se enfado, sino que se ilusiono. Olvidó la promesa, lo pactado antes de casarse y pensó que así se afianzaría la familia. Y nada más lejos, porque ese fue el germen de todo lo que ocurriría después.
El embarazo, como era natural en una mujer tan joven transcurrió bien, incluso se relajó en sus maquinaciones y se dejó mimar y querer por su juez.
Claudia era una incógnita para todos, nunca habían querido pensar mal de ella, pero todo lo relativo a su pasado era un enigma, sólo sabían lo que ella había contado, nunca ninguno de sus familiares había venido a verla, no estuvieron en la boda, decía que tenía tres hermanos que vivían en Francia, como sus padres que habían emigrado allí. La verdad es que ella hablaba francés, de hecho ayudaba a los niños con sus tareas, porque en el "Sacré-Coeur" se estudiaba en español, en inglés y en francés. Según el curriculum y referencias que presentó para trabajar, puericultura lo estudió en Francia, aunque allí no había nacido, había nacido en Galende, Zamora y sus apellidos eran Ramos Ribadelago. Y poco más sabían de ella, salvo que estaba casada con Ricardo e iba a tener un hijo con él.
Por fin nació el nuevo vástago, el hijo de Claudia, el hermanastro de los hijos del juez. Ella quería llamarlo Luis y Luis se llamó, nadie opinó al respecto, a Ricardo el único que podía hablar le pareció bien. Un nuevo Cambreleng, había venido al mundo, un nuevo nieto para Lidia y Samuel, los abuelos Cambreleng, pero este niño ya no tenía a los otros abuelos, a los ricos Coleman, esos sólo eran abuelos de los ricos niñitos, de Marío y Rubén Cambreleng Coleman.
Según fueron creciendo los niños, y fue creciendo Luis, se iba notando cada vez más la diferencia de clase, como los niños ricos tenían acceso a mil caprichos, como eran colmados por sus abuelos maternos de mil atenciones, y como Luis, su hijo, el Cambreleng Ramos, no recibía tanto agasajo. Y fue con ese llover y llover de diferencias, de trato, cuando Claudia que nunca había querido realmente a Rubén y a Marío, empezó a mostrar por ellos una abierta antipatía, una difícil de disimular manía.Y vió que su hijo era el hermano pobre, bueno realmente no era tan pobre , su padre no escatimaba nada en él, pero los otros tenían tanto, iban a heredar tanto, y cuando fueran mayores de edad, ni siquiera sería el administrador su padre, serían ellos.
En el tercer cumpleaños de Luis, lo vio claro todo. Monica y su flamante marido, la abuela Lidia y el abuelo Samuel, Ricardo y sus hijos y ella con la tarta y las tres velas. Sólo faltaban tres años para que Rubén fuera mayor de edad, para que volara, y cinco años más y volaría también Marío. Y con ellos volaría el imperio Coleman. Y su hijo sería un advenedizo, un apéndice de los niñitos millonarios.
Los acontecimientos volvieron a cizañear en su resquemor, un mes más tarde de cumplir los tres añitos Luis, cumplió catorce Marío y se evidenció de nuevo la diferencia de clase, y ahí ya no pudo más y lo que eran sólo pensamientos inconexos, se empezaron a hilvanar como maquiavélico plan.
El cumpleaños fue en casa de los abuelos maternos de los herederos, con una fiesta donde estaban todos los que eran algo en la ciudad, incluso más allá, porque la cadena Coleman, tenía tiendas abiertas por todas partes, estaban todos sus compañeros del "Sacré-Coeur", incluso los profesores, había empresarios con sus relamidas mujeres, abogados, los Cambreleng, Monica y su pijisimo marido, y ella y su hijo, y claro Ricardo, el juez.
Inés, seguía desconfiando de la advenediza, seguía interrogando a los niños cuando iban a casa y seguía obsesionada con la idea de que Claudia, la trepa, algo tramaba.
Los Cambreleng, ahora tenían una nueva distracción, un nuevo foco de atención, Monica esperaba un hijo, otro nieto en la familia, ese embarazo Lidia lo estaba viviendo en primera persona, su unión con Monica era enorme, no sólo era su hija eran confidentes.
Por eso Inés se atrevió a dar un paso más allá, una osadía que le podía haber salido mal. Contacto con Rita, la criada que la sustituyo a ella, la criada de total y absoluta confianza de Claudia. Quedaron en verse en el boulevard de las acacias, en la avenida San Miguel, donde Inés sabía que nunca ninguno de ellos iría. Se lo jugó todo a una carta, se lo jugó y ganó, porque encontró en Rita, la complicidad que buscaba, y esta le relato determinadas cuitas de la señora, de Doña Claudia, como la llamaba ella
Le dijo que era muy irascible, y que sobre todos desde que nació Luis, estaba especialmente extraña.
- A los niños, los que no son suyos, los odia, aunque lo disimula bien, es muy astuta, pero hay algo turbio en su pasado se nota.
También le dijo que le daba pena Don Ricardo, se veía que estaba muy enamorado de ella y que no desconfiaba nada, que veía por sus ojos.
- Es una gran manipuladora y muy calculadora, le gusta el dinero y el poder.
Tras esta charla tomando un café en un velador tranquilo de los que no dan a las cristaleras, quedaron en tenerse al corriente la una a la otra y volverse a ver en quince días, allí otra vez.
Claudia, siempre fue muy discreta con el tema de su familia, nadie le preguntaba y ella no contaba nada. No vinieron a la boda, nunca vinieron en ninguna Navidad, ni al bautizo de Luis, ni a conocerlo, solamente y no siempre mandaban una postal para felicitar el Año Nuevo. Jamás llamaban a la casa, y en las facturas del teléfono de Claudia, no había llamadas a Francia, o a algún número que pudiera indicar que era de ellos. Tampoco hablaba de su pueblo natal, y no sabía nadie si continuaba teniendo familia en él. Claudia, la dócil, la suave, la advenediza, como la nombraba Inés, no tenía pasado, o tenia el pasado que ella había contado. Su posición social en la urbe era buena, pero no tan buena como ella quisiera, era muy alargada la sombra de Mercedes, la sombra de los Coleman, la sombra de los Cambreleng Coleman, de Marío y Rubén.
Más de cinco años llevaba casada con el juez Cambreleng, cinco años en los que ella ya sentia que habia tocado techo en su ascenso social, eran muchas las señoras de....., con las que ella no podía competir, ni en las asociaciones benéficas de la parroquia de San Marcial, ni en el colegio francés, "Sacré-Coeur", ni en el casino, ni en el club de golf. En nada podía ser la primera por mucho que lo intentara, hasta su cuñadita Monica, despues de la boda con el bobo de Rafael, estaba mejor posicionada en la escala social de la provinciana ciudad. Y ahora el protagonismo era todo suyo, con su embarazo y la venida al mundo de un Montelongo-Arias y Cambreleng, el niñito que en breve nacería y que convertiría en más segundon a su Luis.
Inés y Rita, volvieron a quedar en la cafetería discreta de la otra vez, quedaron en esperarse dentro, la primera en llegar fue Inés, que ocupó la mesa más alejada de la cristalera. Allí las dos mujeres volvieron a intercambiar cuitas y averiguaciones. Rita le dijo que con mucha cautela porque Doña Claudia era muy suspicaz, había husmeado en sus cajones, en sus bolsos, intentando encontrar una tarjeta, un teléfono, una dirección de la que tirar, y que lo que había conseguido y traía anotado era una dirección de Zamora, y una caja de cerillas de un locutorio, en un barrio donde se supone que ella no tenía que ir, era en el Barrio Social del Cardenal Solórzano, un lugar habitado por la marginalidad de la ciudad. Inés le dijo a Rita que le diera el papel, y que tuviera mucho cuidado con las anotaciones, sobre todo le dijo:
- No tengas nada anotado por si acaso, estoy segura que es una mujer maliciosa, no me fio nada de ella y si te pilla, corres un gran peligro. Estoy segura que tiene algo muy turbio en su pasado.
Además añadió:
- Yo miraré lo de Zamora, en la casa de los Cambreleng tengo carta blanca en casi todo, y yo no despierto sospechas, a mi nadie me vigila, pero a ti si te puede controlar ella.
Tras terminar el café quedaron para la semana siguiente a la misma hora, no debían llamarse, y si lo hacían nunca desde las casas, nadie debía saber que se trataban y que estaban viendo, e investigando el pasado de la mujer de Ricardo Cambreleng.
Continuará