domingo, 19 de enero de 2020

Mengua mi reino


Mi ignorancia crece y mengua mi reino, los años me vacían de fuerzas, me postran ante el ventanal, ya nada me pertenece, el futuro es de otros, y en mis manos sólo hay pereza y silencio.
En los espejos me veo marchito, en perenne invierno, las manos frías y el corazón muy tierno.
Soy Melquiades, y estoy escribiendo mi testamento.
Me quedan meses, quizás días, a lo mejor horas. No quiero que nadie me atienda, que nadie sepa de mi decrepitud, que nadie se regodee en mi desvalimiento.
Llevo ya dos años encerrado en casa, desde que fui consciente de que soy futilidad. Mi tiempo hace mucho que pasó, no me quedan afectos, ya los he enterrado a todos. Hace dos años que enterré a mi último perro, no he querido tener ninguno más, no soporto la idea de dejarlo huérfano.
Mi único contacto con el exterior es Pura, ella es la que me trae lo que necesito para vivir, para seguir esperando que se apague mi luz. Me he negado a ir a un asilo, no quiero ser espectador de la decrepitud de unos extraños, si la muerte me tiene que llegar, quiero que venga a mi casa, aquí la estoy esperando, no siento miedo, es la vida, el paso lógico.
No solemos pensar que llegaremos a viejos, y menos aún que los viejos no gustan a nadie, y si alguien te atiende, te atiende por dinero. Yo no tengo dinero, vivo al día, vivo con muy poco, y lo único que tengo es pasado y me he dado cuenta que eso a nadie ya le importa.
Fui, ya siempre hablo en pretérito, pintor, escritor, divertido, audaz, visionario, ya de eso, sólo soy recuerdos. Vivo días iguales, me caliento quemando papeles, borrando que he existido. Hace ya mucho que decidí hacer desaparecer de la casa todo lo de valor, mis colecciones están escondidas, nadie sabe dónde las he guardado, creo que nunca las encontrarán, quizás sí, pero para eso tendrán que derribar la casa.
Cuando muera, quisiera que me enterraran con mis padres, pero eso es imposible, porque ante el miedo a que profanaran, en el futuro, sus tumbas, los escondí también, sus restos y los de todos mis afectos, nadie sabe dónde, por eso es imposible que me puedan sepultar allí. He intentado poner a salvo, de las manos de los viles, todo lo que quiero, pero siento que yo no descansaré así, lo he salvado todo y por salvarlo todo, me he condenado.
Lo he pensado mejor, y voy a quemar esta carta, no quiero que nadie sepa nada de mi.

sábado, 18 de enero de 2020

El Mundo


Llovía, la humedad lo impregnaba todo, la niebla acortaba el mundo y la frialdad generaba angustia.
Sobre la mesa de su escritorio, acurrucado entre unos libros, dormía Ambrosio, su gato, un felino atigrado de color naranja.
Todo era paz, carcelaria paz, con la banda sonora de las gotas de agua de los canalones.
En su matinal tirada de cartas, había salido el mundo, y a su lado el ermitaño. La carta, le indicaba que tenía que cosechar lo sembrado, pero con la sensatez que da conocerse, estar solo y pensar en soledad, sin el murmullo de los interesados afectos, sin la distracción de los pedigüeños.
Ambrosio, se desperezó, y miméticamente también lo hizo él. Esa era su misión en este pequeño mundo, colmar de halagos a sus animales, consentirlos, por la fidelidad que ellos mostraban por él.
Echó una tercera carta y salió el mago, su creatividad, ese talento que le había hecho aislarse, ensimismarse en aquella casa recóndita, rodeado de los que jamás osarían contradecirle, sus animales.
En todo el largo día no se levantó la niebla, cayó la noche y no había salido ni a la puerta de casa.
En los días tristes, la creatividad es más álgida, el frío nos empuja a calentarnos con el ingenio.
Era normal en él, desordenar las ingestas, no prestar demasiada atención al tiempo. Sus animales no le imponían ningún horario, tenían sus mismas descriteriadas rutinas.
Mientras escribía, en sus piernas estaba Tirma, la consentida, la favorita, dormida, mientras él relataba vidas que nunca hubiera vivido, relataba pasiones que jamás, él, iba a sentir.
Fuera había llovido, pero en sus novelas, de enormes horizontes, brillaba el sol.

viernes, 17 de enero de 2020

Ingeniería Social



I
ngeniería Social.
Hitler, siempre le decía a sus enemigos algo que helaba la sangre:
“Tú no piensas como yo, pero tus hijos ya me pertenecen”.
No le faltaba razón.
Estos niños, fueron las únicas personas, la única generación, que el nazismo pudo modelar completamente.
Eran más nazis, que los propios nazis.
Mata a su Dios.
Aniquila su moral.
Y los habrás doblegado a todos ellos.
"Los hijos no son vuestros"
Adoctrinamiento.

Prisca


La felicidad no necesita de compañía, hay mucho infeliz acompañado.
Siempre soporto la frasecita:
- Que pena que te has quedado soltera.
Nunca sintió placer en la abnegación, siempre encontró placentera la montaraz altanería.
Su electrificada melena ya no era nada joven, pero quería seguir emulando que lo era, el negro y artificial tinte no ayudaba, era difícil domeñar aquella pobreza, aquella raquítica cola de caballo viejo. Con demasiada frecuencia no somos conscientes de que nuestros días son un carnaval.
Su soledad era elegida, nunca se arrepintió de su autosuficiencia y su indómito temperamento.
No podía echar de menos, lo que nunca a su vida había llegado, jamás se había enamorado, jamás se sintió dominada por la química de esa pulsión. No era acomodaticia, solía chirriar y no hacia nada por no hacerlo. Era brava, libérrima, única, llamativa, impermeable al desaliento y a la crítica.
Prisca Aguilar y Ponce de León, nunca necesito la mano de nadie, el halago o el cumplido, nació cerril y murió en su elegido retiro, en su casa llena de perros, rodeada de sus rebeldes colores, vestida por el huracán de sus extraños gustos, fiel a su pelo negro, a su sombra de ojos azul y a sus labios rojos.

martes, 14 de enero de 2020

Los próximos son los primeros


Sagrario, aquella mañana no se sentía bien. Una de las ventanas de su alcoba daba al patio de su sobrina, y la llamó.
Los próximos, son los primeros, en echarnos una mano.
Lidia, la llevó a su casa y le preparo un caldo para que se templara y en la habitación pequeña que tenía al lado de la cocina, la acostó.
El interés enturbia los afectos y termina emborronando la razón y nos impele a hacer barrabasadas, y eso hizo Lidia.
Sagrario, no entro en calor y en aquel camastro murió. Y su querida sobrina, le cogió las llaves de la casa y tras llamar a otra elementa como ella, dejaron el cadáver de la tía aún caliente, registraron la habitación de la pobre mujer, hasta encontrar sus joyas, y se las robaron.
La vileza, les llevó más tiempo del previsto, y su tía estaba ya agarrotada por el rigor mortis. Comunicaron que había muerto y doblaron las campanas, y llegó el momento de meterla en el ataúd, y no podían, decidiendo entonces darle a la difunta en un baño con agua caliente, para ver si así, podían enderezarla y amortajarla, pero las piernas estaban tan rígidas y las tenía tan dobladas, que tuvieron que quebrárselas.
En el velatorio, las dos pajaras, eran las que más gimiqueaban, las que más aspavientos hacían, mientras, Serafín, el sobrino favorito, no daba con el paradero de las joyas de su tía Sagrario.
Los próximos, son los primeros, en desvalijarnos.


lunes, 13 de enero de 2020

Los números


Nació el 11 de diciembre de 1911, y fue bautizada en San Fausto el 24 de diciembre y así ungida en la fe católica, celebró su primera Navidad, sin ser consciente de nada, porque salvo los relatos familiares, de su bautizo en la Misa de Gallo, ella nada recordaba.
Anna Cynthia, nació marcada por la numerología, obsesionada por el 11, por el 22, por el 24, por la suma de los tres.
Nació un día impar, de un mes par y de un año no primo. Siempre se sintió marcada por el número 8, el dígito que marcaba su autosuficiencia, su carácter emprendedor y cerril.
Anna, aunque muy analitica, se sugestionaba con facilidad con los números y su carácter mistérico, encomendándose con frecuencia a estos, para tomar decisiones. Aunque muy consciente de que el tesón era la clave en la consecución.
El 2 de abril de 1924, conoció al que ella decidió que sería su amor, con el que ese mismo día, se propuso que se casaría un 3 de mayo de 1935, todo esto a pesar de su juventud, ella lo anotaba en su diario, que era una sucesión de sumas y restas, con las que jugaba a construir un futuro, que con el tiempo se materializó.
Se casó, con Florentino, su primo hermano, el 3/5/1935, como ella había fijado, se casó a pesar de las reticencias iniciales de toda la familia. Su querido primo y marido, numéricamente era un 9, su pareja ideal. Floren, como lo llamaba ella, nació un 5 de febrero de 1910.
Y numerologicamente hablando, todo podía ser muy perfecto, pero Anna, nunca al lado de su querido primo, alcanzó la felicidad, ni el destino, ni sus cuentas, hicieron que tuviera hijos con él.
Envejeció testaruda y sola, esperando un milagro, que nunca llego, ni en Nochebuena, ni en Navidad.



domingo, 12 de enero de 2020

Lara y los crueles renglones


Los primeros renglones de la vida, de un tierno infante, los escriben los progenitores. Son imposibles de borrar, sólo queda asumirlos y tirar para adelante.
Lara Negri, nunca asumió los primeros capítulos de su vida, su dureza, su frialdad, nunca los asumió, aunque tiró para adelante.
Lara, odiaba a sus padres, y sobremanera a su madre. Su padre sólo escribió un único renglón en su vida, abandonar a su madre antes de que ella naciera, por eso su odio era menos grave, porque nunca estuvo presente, siempre fue, un hijo de la gran puta, ausente. Pero su madre, si estuvo durante mucho tiempo allí, machacándola y haciéndola culpable del abandono de Marcel.
Lucienne Negri, era una zorra, caprichosa y voluble, que siempre consideró una carga a Lara, que siempre estaba al cuidado de alguien, olvidada en algún camerino, esperando en una barra, mientras, Lucy, actuaba, alternaba o zorreaba con sus clientes.
Lara, sabía que lo que vives te impregna desde dentro, y por mucho que te laves y te perfumes, ese aroma de sordidez nunca desaparece.
Su penar no se diluía, y se acentuaba quejumbroso con el melancólico sonido del piano del Cabaret de Néant.


Luz Divina


Somos un camposanto de pérdidas, arrastramos en nuestro interior mil mal enterrados cadáveres, el dolor habita en nosotros, como vivir y habitar este mundo es sentir dolor.
Luz Divina, jamás tuvo una noche en calma, su hipersensibilidad la abocaba a sentir un trasiego constante de espíritus en sus sueños.
Ludi, como la llamaban sus afectos, los afectos carnales, porque las almas que la invadían, no la llamaban, la moraban sin permiso y sin reparar en los estragos que en ella provocaban.
El descanso en Luz Divina, era algo complicado, casi imposible, porque los muertos reclaman mucha más atención que los vivos, eran más absorbentes, porque sus problemas y cuentas pendientes ya no dependían de ellos, estaban en manos de los vivos y sin la mediación de estos, serían eternas cuentas pendientes.
Luz, medio en lo que pudo, porque ni era fácil mediar, ni era fácil ser escuchada, porque los que acudían a ella, muchas veces no obtenían ningún mensaje, porque quizás sus muertos nada tenían pendiente y los muertos con cuentas pendientes, tenían familiares que nada querían ya saber de ellos y menos aún solucionar sus asuntos o malas decisiones.
Y Ludi, en medio de esta guerra entre dos incomunicados mundos, que la habían elegido a ella como canal, sufría la corriente perenne de reclamaciones nocturnas.
La falta de descanso y sobre todo la falta de respeto de los muertos para con ella, pues no respetaban que ella necesitaba, para serles util, descansar, derivó en unas jaquecas constantes, en un fisico demacrado, por aquella verbena de urgencias de última hora, que casi nunca estaba en su mano complacer y arreglar.
Luz Divina, odiaba las noches, odiaba el sueño y demoraba rendirse a él, tomando café, para prolongar al extremo sus vigilias y no ser pasto de aquella turba insensata de espíritus, que ni siquiera guardaba turno. a la hora de interpelarla e importunarla en sueños.
Ludi, para atenuar la atronadora multitud de sus sueños, había probado todo tipo de narcóticos, que la aturdieran y sumieran en un muy profundo sopor, inaccesible a los muertos y a sus reclamaciones, pero ninguno era realmente eficaz y despertar del sueño de estos somníferos era de todo menos fácil. Su pelea con el descanso la acompañó toda la vida, hasta que cansada de malvivir, decidió ingresar en la multitud que poblaba sus sueños, arrojándose una fría mañana de enero, a las vías del tren.


sábado, 11 de enero de 2020

Mateo Benito Juan de Nepomuceno


Coleccionar es un vicio casi inofensivo, pero sólo casi, porque suele arribar en la obsesión y uno es capaz de sacrificarlo todo en aras de la colección.
Ana María era la criada perfecta, la criada interesadamente fiel. Jamás traicionaría a su señor, porque esperaba mucho de él.
Mateo Benito Juan de Nepomuceno Antón Rodriguez de Berrueco y Lizaur de Lugo, era un convulsivo comprador de belleza, un raro, un ser solitario que vivía para y por sus colecciones.
Mateo, tuvo la suerte de nacer en una familia de posibles, que le permitió estudiar y viajar, y partir en la construcción de su porvenir, de una posición ventajosa. Como no podía ser menos, con el nombre que tenía y con su palmaria obsesión, pronto empezó a frecuentar anticuarios, y desde muy pequeño coleccionó sellos, monedas, abrecartas, pisapapeles, rosarios, misales, devocionarios, porcelana, puntas de flecha, fósiles........... De lo pequeño, fue pasando a lo grande, y de lo más convencional, a la extrema rareza. Al morir su madre y heredar el patrimonio de los Lizaur de Lugo, los yacimientos de antracita, la mina de Cerrejón, de donde provenía el grueso de la riqueza de la familia, su trastorno se vió exponencialmente multiplicado.
Mateo, hacía años que había abierto un anticuario en Santa Marta, con el único objetivo de seguir comprando y vender para volver a comprar. Pasar a ser propietario de la mina y de los fondos de su madre, elevó el listón de sus anhelos, porque ahora tenía muchos más posibles.
Ana María, era la que controlaba la casa y la alimentación frugal de Mateo, que sólo vivía para atesorar. La fiel criada, que llevaba muchos años sirviendo en exclusiva al señorito, era sabedora de su preeminencia y de como su abnegado compromiso tenia sus frutos, sin ir más lejos su hijo estudiaba a costa del Rodríguez de Berrueco en el Seminario de San juan Nepomuceno, estudiaba allí y con muchas posibilidades de terminar siendo obispo, porque el peso de los Lizaur, en Santa Marta, era muy grande.
Ana María, cuando entró al servicio de Mateo, estaba embarazada, iba a ser madre soltera, porque el desgraciado que la preño, no quería saber nada de ella, y la madre del señorito, que era para quien en ese momento servía, la quería largar a la calle, pero Mateo le dió amparo y fue en ese momento en el que se estableció en vinculo de fidelidad. Mateo, además de coleccionista, tenía una gran afinidad con los desvalidos, sobre todo con los animales con poca fortuna, a los que solía adoptar y recoger. Esos eran sus fieles afectos, sus perros y sus gatos, ellos vivían como él, rodeados de antigüedades y belleza, y cuidados por la fiel Ana María.
Sentir como la muerte te pisa los talones, como el fin de tus días, con demasiada frecuencia supone el fin de tus obras, la dispersión de tus tesoros, el olvido de tu proeza. Él, no había penado tanto, para que su ingente y poco apreciado legado, se dispersara. Dias y dias de busqueda y una ingente fortuna dilapidada. en aquella quinta abarrotada de curiosidades, muchas sin desembalar, sin que tras llegar allí, les hubiera vuelto a dar la luz.
La Quinta de San Pedro Alejandrino, era un laberinto, un bello caos, en el que los cuadros atestaban las habitaciones, Santos, Reyes, Duquesas, paisajes, exvotos. Los muebles coloniales y franceses estaban repletos de lozas y porcelanas, de platería y bronces, de tallas crisoelefantinas de Chiparus, una de las debilidades de Mateo, Demetre Haralamb Chiparus y sus esculturas Art Decó.
La vejez, le forzó a atar el futuro de su proeza, no podía caer en manos de los cafres incultos de sus sobrinos, ni tampoco en manos de Ana María o su hijo, el Obispo, que aunque instruido, no sentía el más mínimo interés por el arte. Era urgente encontrar un continuador, un digno discípulo, que cuidara y acrecentara el legado, que sintiera su misma y desmedida pasión.

Dimas Becerra Lemos-Martín


Dimas, nunca comprendió que las historias tienen un principio y un final, que alargar lo que ya no existe, es una batalla unipersonal, una coreografía sin partner. Una hastiante guerra que agota a propios y a extraños.
Elvira, nunca lo quiso, durante un tiempo cedió a sus pretensiones por aburrimiento, pero rápido constató que aquella cesión, era una condena que no estaba dispuesta a tolerar. Pero Dimas, jamás asumió aquella derrota, e hizo de recuperarla el leitmotiv de su cansina vida.
Quien no nos quiere querer, nunca nos querrá, era la frase que más tenía que aguantar, pero inaccesible al desaliento, en pesado de Dimas, seguía erre que erre, a ver si podía a Elvira, recuperar.
Con tanta matraca, lo fue perdiendo todo, amigos y vínculos familiares, hasta su más incondicional afecto, su madre, le dijo, que a su casa no volviera hasta que se quitara esa fijación de la cabeza.
Se quedó solo, pero con el norte de Elvira, que era su faro y la razón para vivir día tras día.
Elvira, hizo su vida, se casó, tuvo hijos, fue feliz, fue infeliz, vivio. Dimas, nunca se fijó en nadie más, no se casó, no tuvo hijos y nunca fue feliz, porque nunca alcanzó la meta de tener o conseguir a Elvira, que se había olvidado de él.
Un día de primavera, llegó una carta a casa de Elvira, una misiva de un abogado, que le comunicaba que había muerto Dimas y que ella era su heredera universal, que las últimas voluntades de Don Dimas Becerra Lemos-Martín, se leerían, en su pueblo natal, el pueblo del que nunca se movió, en una semana, y que debería estar presente para la aceptación de la herencia.
Elvira, a pesar de su avanzada edad, por curiosidad, por interés, decidió ir a la lectura de aquel testamento que le legaba la fortuna de aquel pesado novio, que ella tuvo una vez.




jueves, 9 de enero de 2020

Rocky


Cuando la vulgaridad nos retrata, escribe con mayúsculas.
Rocky, al ser padre por segunda vez, dejó a su mujer en el paritorio y se fue de putas, a Sevilla, con el dinero que le había dado para la ocasión su suegra.
Rocky, siempre tuvo esa mediocre clase que da ser un vulgar semental de lo más rastrero.
Crescencia, la incauta que se fijó en el bombero, en el tarado que apagaba fogatas en la entrepierna de las mozas más atávicas, carecía de talentos, a excepción del talento irreflexivo de las arremetidas.
Treinta mil pesetas le dío Benita, para que acudiera a Cáceres a festejar que había tenido una hija, Y Rocky, agarró la pasta y puso rumbo al sur, a desfogarse con alguna pelandrusca.
Como todos los cerdos, volvió con el rabo entre las patas, y Crescencia, lo perdono. Cándida e ingenua mujer, que volvió a pensar que el semental le iba a ser fiel, que sus embestidas las iba a reservar sólo para ella.



Carla Lombardi


Carla Lombardi, era una analfabeta, era una inculta, cresta de una ola que hacía ya mucho tiempo que se había evaporado.
Así solía decir ella, cuando alguien le entregaba algo que leer:
- Estos papeles ingratos, cuantos dolores de cabeza me dan.
La lozanía se puede permitir ser vulgar, pero ser vulgar en la ancianidad, no tiene perdón de Dios.
En Carla, se disipó rápido la frescura, su alambicada perversión borró pronto de su rostro la candidez.
Carla, era una vulgar Lolita, una repintada muchachita, que no titubeaba a la hora de comprometer a hombres de la edad de su padre y más.
Carla, nació en La Pencona, hija de una mujer de mala vida, que no llegó a querer, ni a conocer bien, Tampoco Cipri, llegó a atisbar  el desparpajo de su niñita.
Cipriana, La Torrezna, como la llamaban en el barrio pesquero, nada bueno inculcó a La Lombardi. Que era una putita con las artes de su madre, con las que llegó muy lejos, eso sí, sin aprender a leer en ningún momento.
Y paradojas del destino, ella que se había reído de todo y de todos, probó su propia medicina por culpa de los ingratos papeles, como ella los solía llamar.
Ella toda su vida se sirvió de su carnosa voluptuosidad, para apresar incautos a los que desplumar. Y en la vejez, cuando más lo necesitaba, ella, fue presa de un engaño que la desplumo, por lo ingrato y contraproducente que es no saber leer.


martes, 7 de enero de 2020

Pruebas falsas


Tristemente es muy fácil mentir, confabularse y acusar en vano, orquestar pruebas falsas, difamar.
Enrique, no era de temperamento violento, era de carácter sosegado, y si de algo pecaba, era de ser un poco parado, bobalicón. Jamás había levantado la mano a nadie, aunque si se la habían levantado a él.
Con excesiva frecuencia el inocente carga con la culpa de las artimañas del baladrón.
Enrique, era el favorito de su tío Julián, era su predilecto, porque en él, no había doblez, como si la había en sus otros tres sobrinos. Julián, sabía que el afecto del muchacho era noble, por eso había tomado la decisión de variar su testamento y nombrarlo heredero universal.
Enrique, era el único que tenía la mirada de Graciela, la mirada de la madre de Julián. Eso y su bonhomía, le hacían el candidato ideal, para dejar a su cargo el legado, y ponerse en sus manos en la vejez. Era el único, de los cuatro hermanos, que no salía a la arpía de su madre y a su desmedida ambición.
Julián, sabía muy bien lo manipuladora que era su cuñada. Él, fue blanco de sus intereses, de sus estrategias, lo que ocurre es que no sucumbio a sus tretas, a sus encantos, por eso la calculadora Sara, varió su objetivo y se centró en su hermano Ismael.
Ni tiempo tuvo Julián, de ir al notario, tres días más tarde de haberse propuesto esa modificación en sus últimas voluntades, apareció muerto en su casa de la calle Víctor Berjano.
A pesar de que no tenía lógica, que el asesino fuera Enrique, fue él, el detenido, el señalado, el acusado, el encarcelado.
Fueron sus tres hermanos y su madre, los que lo señalaron, los que testificaron para culparlo.
Fueron ellos, los que por envidias, urdieron todo y no movieron un dedo para deshacer la patraña, que les hacía heredar a todos, menos a él, que pararía muchos años en la cárcel.
La cárcel, fue muy dura, la traición de su propia madre y el juego vomitivo que ella había urdido, lo estaba haciendo todo por el bien de sus tres hijos, los favoritos, era algo que él, no iba nunca a perdonar.
Trece años, llevaba en la cárcel, cuando le comunicaron que su madre había muerto y que en una nota ológrafa, se hacía responsable del asesinato del hermano de su marido, y que se justificaba en la carta, diciendo que discutió con él, porque iba a agraviar a tres de sus hijos y que no lo podía tolerar. Todo lo demás fue sacrificar al más débil, acotar daños, salvar a sus otros tres hijos, salvar la ambición de los tres vástagos cómplices, que eran un calco de la arpía de su madre, que eran como ella en carácter y mañas.
Enrique, tras esto, no salió inmediatamente de la cárcel, sus queridos hermanos pleitearon, porque decían que la nota con las últimas voluntades de su madre no era auténtica, tres años más tardó en resolverse el asunto, tres años de agónica espera, dieciséis años sin libertad por algo que no había cometido. Pero el finde este suplicio llegó, el supremo falló a su favor y se reconoció que la carta escrita en el lecho de muerte de Sara Vergara, y enviada por correo al juez que llevó el caso de la condena de Enrique, era auténtica y veraz y describía unos hechos, que sí tenían un movíl, no como la acusación a un heredero universal, que al matar al que le iba a favorecer, se quedaba sin legado y en la cárcel.
Volver al cainita lugar de su infancia, no fue nada fácil, la cárcel te curte, pero no te prepara para afrontar la vuelta a la libertad, el volver a ver a los que llevan tu sangre, a los que te giran la cabeza, a tus hermanos, esos que habían construido su posición sobre el robo, sobre el asesinato.  Volver al pueblo, que aun conociendo la verdad de los hechos, te seguía dando la espalda.
La bonhomía de Enrique, se había esfumado, se había vuelto huraño, suspicaz, receloso. El tiempo lo había atropellado, demacrado, encanecido. Su barba blanca y su delgadez le conferían un aire de profeta, de apocalíptico profeta, que buscaba hacer sonar las trompetas del juicio final.
El reconocimiento de la autenticidad de la nota de su madre, reconocía de forma implícita la voluntad de su tío, el deseo de este, de declararle heredero universal, y como había sido Sara, la que había truncado materializar esa última voluntad. con esta base argumental, Enrique, emprendió acciones legales para recuperar todo lo que era suyo, no sólo la cuarta parte, de la que al salir de la cárcel había tomado posesión.

domingo, 5 de enero de 2020

Bárbara Lawton


Ser vulgar, tambien es una meta, para algunos, es una muy conseguida y lograda meta.
"Hace falta mucho dinero para parecer así de barata." Solía decir ella, parafraseando a Dolly Parton.
Nacemos iguales, son nuestras decisiones, nuestros hábitos, nuestras filias y nuestras fobias, los que nos van transformando.
Él, se propuso ser ella, se propuso enmendar la plana a lo que en suerte le dió natura.
Ser lo que uno no es, entraña el riesgo de caer en la caricatura, y eso, le paso a Bárbara, con su empeño en llegar al extremo, y tener tanto para gastar, y gastar tanto para terminar siendo una barata parodia de una imponente mujer.
Con frecuencia menos es más, pero ella, lo quería todo al máximo, en grado superlativo.
Su sonrisa cegadora, era tan artificialmente blanca. Sus dientes tan perfectos, eran tan vulgares. Su boca era tan grande, tan infiltrada, tan horrible. Su nariz era tan ridícula, tan pequeña, tan respingona.
Los cirujanos plasticos con ella, tenían un chollo.
El talonario no suele conseguir la clase. Barbara, fue asesinando, esa atmósfera delicada que tenía cuando era un cándido niño, el misterio, la dulzura de sus facciones indefinidas. Toda su belleza el bisturí la fue borrando.
Se estiró, se implantó, se hormonó...... se quitó, se puso... hasta terminar pareciendo una seriada barby puta, creada en alguna fábrica clandestina de Taiwán.

viernes, 3 de enero de 2020

Él, se dejó hacer


La memoria es muy frágil, y sin las muletas de los objetos, de las instantáneas, tiende a la edulcoración y al olvido.
Escribir siempre fue su obsesión, los absurdos diarios, las páginas llenas de notas y fechas, papeles de caramelos, florecillas, marcas de tabacos, servilletas, algunas fotos.
Treinta y dos cuadernos, allí estaba su infancia, su adolescencia, su juventud.
Cuando se hizo mayor dejó de escribir. De ese modo tan poco edificante influyó su pareja, le corto las alas, sus sueños de ser escritor.
Marión, se casó con él, porque era muy apuesto, diferente a los demás, ensimismado, aventurero, risueño, vital. Pero nada más casarse, lo degradó a un ser normal, todo lo que lo hacía especial, se lo fue podando, fue ahormandolo a un modelo de hombre vulgar, lineal, estándar, como todos.
Él se dejó hacer, y se acomodo a una vida, que no era la suya, que era la vida de ella. Pero así es amar, así es el amor, castrante, tendente a dominar y anular al que más ama, al que más necesita, al que más quiere.
Kasey, no fue consciente de que había perdido su vida, hasta que tras la muerte de su esposa comenzó a embalar recuerdos, para trasladarse a una casa más pequeña y cómoda que pudiera pagar con su jubilación.
Y vió, en aquellas dos cajas que había en el desván, su vida, su potencial narrativo, sus palabras, maravillosas, precisas. Unas palabras, que le permitieron volver a vivir su infancia, su adolescencia, las contradicciones de su juventud.
Kasey, fue consciente entonces de que todo su legado, iba a desaparecer con él.