jueves, 9 de enero de 2020
Rocky
Cuando la vulgaridad nos retrata, escribe con mayúsculas.
Rocky, al ser padre por segunda vez, dejó a su mujer en el paritorio y se fue de putas, a Sevilla, con el dinero que le había dado para la ocasión su suegra.
Rocky, siempre tuvo esa mediocre clase que da ser un vulgar semental de lo más rastrero.
Crescencia, la incauta que se fijó en el bombero, en el tarado que apagaba fogatas en la entrepierna de las mozas más atávicas, carecía de talentos, a excepción del talento irreflexivo de las arremetidas.
Treinta mil pesetas le dío Benita, para que acudiera a Cáceres a festejar que había tenido una hija, Y Rocky, agarró la pasta y puso rumbo al sur, a desfogarse con alguna pelandrusca.
Como todos los cerdos, volvió con el rabo entre las patas, y Crescencia, lo perdono. Cándida e ingenua mujer, que volvió a pensar que el semental le iba a ser fiel, que sus embestidas las iba a reservar sólo para ella.
Carla Lombardi
Carla Lombardi, era una analfabeta, era una inculta, cresta de una ola que hacía ya mucho tiempo que se había evaporado.
Así solía decir ella, cuando alguien le entregaba algo que leer:
- Estos papeles ingratos, cuantos dolores de cabeza me dan.
La lozanía se puede permitir ser vulgar, pero ser vulgar en la ancianidad, no tiene perdón de Dios.
En Carla, se disipó rápido la frescura, su alambicada perversión borró pronto de su rostro la candidez.
Carla, era una vulgar Lolita, una repintada muchachita, que no titubeaba a la hora de comprometer a hombres de la edad de su padre y más.
Carla, nació en La Pencona, hija de una mujer de mala vida, que no llegó a querer, ni a conocer bien, Tampoco Cipri, llegó a atisbar el desparpajo de su niñita.
Cipriana, La Torrezna, como la llamaban en el barrio pesquero, nada bueno inculcó a La Lombardi. Que era una putita con las artes de su madre, con las que llegó muy lejos, eso sí, sin aprender a leer en ningún momento.
Y paradojas del destino, ella que se había reído de todo y de todos, probó su propia medicina por culpa de los ingratos papeles, como ella los solía llamar.
Ella toda su vida se sirvió de su carnosa voluptuosidad, para apresar incautos a los que desplumar. Y en la vejez, cuando más lo necesitaba, ella, fue presa de un engaño que la desplumo, por lo ingrato y contraproducente que es no saber leer.
martes, 7 de enero de 2020
Pruebas falsas
Tristemente es muy fácil mentir, confabularse y acusar en vano, orquestar pruebas falsas, difamar.
Enrique, no era de temperamento violento, era de carácter sosegado, y si de algo pecaba, era de ser un poco parado, bobalicón. Jamás había levantado la mano a nadie, aunque si se la habían levantado a él.
Con excesiva frecuencia el inocente carga con la culpa de las artimañas del baladrón.
Enrique, era el favorito de su tío Julián, era su predilecto, porque en él, no había doblez, como si la había en sus otros tres sobrinos. Julián, sabía que el afecto del muchacho era noble, por eso había tomado la decisión de variar su testamento y nombrarlo heredero universal.
Enrique, era el único que tenía la mirada de Graciela, la mirada de la madre de Julián. Eso y su bonhomía, le hacían el candidato ideal, para dejar a su cargo el legado, y ponerse en sus manos en la vejez. Era el único, de los cuatro hermanos, que no salía a la arpía de su madre y a su desmedida ambición.
Julián, sabía muy bien lo manipuladora que era su cuñada. Él, fue blanco de sus intereses, de sus estrategias, lo que ocurre es que no sucumbio a sus tretas, a sus encantos, por eso la calculadora Sara, varió su objetivo y se centró en su hermano Ismael.
Ni tiempo tuvo Julián, de ir al notario, tres días más tarde de haberse propuesto esa modificación en sus últimas voluntades, apareció muerto en su casa de la calle Víctor Berjano.
A pesar de que no tenía lógica, que el asesino fuera Enrique, fue él, el detenido, el señalado, el acusado, el encarcelado.
Fueron sus tres hermanos y su madre, los que lo señalaron, los que testificaron para culparlo.
Fueron ellos, los que por envidias, urdieron todo y no movieron un dedo para deshacer la patraña, que les hacía heredar a todos, menos a él, que pararía muchos años en la cárcel.
La cárcel, fue muy dura, la traición de su propia madre y el juego vomitivo que ella había urdido, lo estaba haciendo todo por el bien de sus tres hijos, los favoritos, era algo que él, no iba nunca a perdonar.
Trece años, llevaba en la cárcel, cuando le comunicaron que su madre había muerto y que en una nota ológrafa, se hacía responsable del asesinato del hermano de su marido, y que se justificaba en la carta, diciendo que discutió con él, porque iba a agraviar a tres de sus hijos y que no lo podía tolerar. Todo lo demás fue sacrificar al más débil, acotar daños, salvar a sus otros tres hijos, salvar la ambición de los tres vástagos cómplices, que eran un calco de la arpía de su madre, que eran como ella en carácter y mañas.
Enrique, tras esto, no salió inmediatamente de la cárcel, sus queridos hermanos pleitearon, porque decían que la nota con las últimas voluntades de su madre no era auténtica, tres años más tardó en resolverse el asunto, tres años de agónica espera, dieciséis años sin libertad por algo que no había cometido. Pero el finde este suplicio llegó, el supremo falló a su favor y se reconoció que la carta escrita en el lecho de muerte de Sara Vergara, y enviada por correo al juez que llevó el caso de la condena de Enrique, era auténtica y veraz y describía unos hechos, que sí tenían un movíl, no como la acusación a un heredero universal, que al matar al que le iba a favorecer, se quedaba sin legado y en la cárcel.
Volver al cainita lugar de su infancia, no fue nada fácil, la cárcel te curte, pero no te prepara para afrontar la vuelta a la libertad, el volver a ver a los que llevan tu sangre, a los que te giran la cabeza, a tus hermanos, esos que habían construido su posición sobre el robo, sobre el asesinato. Volver al pueblo, que aun conociendo la verdad de los hechos, te seguía dando la espalda.
La bonhomía de Enrique, se había esfumado, se había vuelto huraño, suspicaz, receloso. El tiempo lo había atropellado, demacrado, encanecido. Su barba blanca y su delgadez le conferían un aire de profeta, de apocalíptico profeta, que buscaba hacer sonar las trompetas del juicio final.
El reconocimiento de la autenticidad de la nota de su madre, reconocía de forma implícita la voluntad de su tío, el deseo de este, de declararle heredero universal, y como había sido Sara, la que había truncado materializar esa última voluntad. con esta base argumental, Enrique, emprendió acciones legales para recuperar todo lo que era suyo, no sólo la cuarta parte, de la que al salir de la cárcel había tomado posesión.
domingo, 5 de enero de 2020
Bárbara Lawton
Ser vulgar, tambien es una meta, para algunos, es una muy conseguida y lograda meta.
"Hace falta mucho dinero para parecer así de barata." Solía decir ella, parafraseando a Dolly Parton.
Nacemos iguales, son nuestras decisiones, nuestros hábitos, nuestras filias y nuestras fobias, los que nos van transformando.
Él, se propuso ser ella, se propuso enmendar la plana a lo que en suerte le dió natura.
Ser lo que uno no es, entraña el riesgo de caer en la caricatura, y eso, le paso a Bárbara, con su empeño en llegar al extremo, y tener tanto para gastar, y gastar tanto para terminar siendo una barata parodia de una imponente mujer.
Con frecuencia menos es más, pero ella, lo quería todo al máximo, en grado superlativo.
Su sonrisa cegadora, era tan artificialmente blanca. Sus dientes tan perfectos, eran tan vulgares. Su boca era tan grande, tan infiltrada, tan horrible. Su nariz era tan ridícula, tan pequeña, tan respingona.
Los cirujanos plasticos con ella, tenían un chollo.
El talonario no suele conseguir la clase. Barbara, fue asesinando, esa atmósfera delicada que tenía cuando era un cándido niño, el misterio, la dulzura de sus facciones indefinidas. Toda su belleza el bisturí la fue borrando.
Se estiró, se implantó, se hormonó...... se quitó, se puso... hasta terminar pareciendo una seriada barby puta, creada en alguna fábrica clandestina de Taiwán.
viernes, 3 de enero de 2020
Él, se dejó hacer
La memoria es muy frágil, y sin las muletas de los objetos, de las instantáneas, tiende a la edulcoración y al olvido.
Escribir siempre fue su obsesión, los absurdos diarios, las páginas llenas de notas y fechas, papeles de caramelos, florecillas, marcas de tabacos, servilletas, algunas fotos.
Treinta y dos cuadernos, allí estaba su infancia, su adolescencia, su juventud.
Cuando se hizo mayor dejó de escribir. De ese modo tan poco edificante influyó su pareja, le corto las alas, sus sueños de ser escritor.
Marión, se casó con él, porque era muy apuesto, diferente a los demás, ensimismado, aventurero, risueño, vital. Pero nada más casarse, lo degradó a un ser normal, todo lo que lo hacía especial, se lo fue podando, fue ahormandolo a un modelo de hombre vulgar, lineal, estándar, como todos.
Él se dejó hacer, y se acomodo a una vida, que no era la suya, que era la vida de ella. Pero así es amar, así es el amor, castrante, tendente a dominar y anular al que más ama, al que más necesita, al que más quiere.
Kasey, no fue consciente de que había perdido su vida, hasta que tras la muerte de su esposa comenzó a embalar recuerdos, para trasladarse a una casa más pequeña y cómoda que pudiera pagar con su jubilación.
Y vió, en aquellas dos cajas que había en el desván, su vida, su potencial narrativo, sus palabras, maravillosas, precisas. Unas palabras, que le permitieron volver a vivir su infancia, su adolescencia, las contradicciones de su juventud.
Kasey, fue consciente entonces de que todo su legado, iba a desaparecer con él.
Marilina
Una sonrisa disipa un día gris, sonreir atenua los estragos de la vejez.
Marilina, sabía que su carácter afable la libraba de vivir amargada, de vivir triste como con frecuencia son los días de la senectud.
Sonreir no es ser feliz, es solamente evitar vivir sin sol, esquivar los días fríos del malhumor.
No tenia ningun merito su temperamento, ella siempre había sido así, su rostro se había ido curtiendo con los pliegues de su ánimo positivo.
Pensamos que siempre seremos autosuficientes, que no llegaremos a necesitar, ayuda para cada paso, fortuna para pagar esa ayuda, sonrisas para soportar esos tragos.
Marilina, estudió farmacia, trabajo como enfermera en la guerra civil y tras la contienda entró en un convento, del que salió para atender a su madre y al que nunca ya volvió.
Ella no podía permitirse el carácter agrio de su progenitora, ella no tenía hijas que la cuidaran y ser desagradable no te granjea ni afectos y ni amistades.
Su vida transcurría en tres cuartos, su alcoba, la cocina y el salón, hacía mucho que no pisaba las dos plantas altas de la casa, ya no se le perdía nada allí, había concentrado lo importante en aquellas tres piezas que daban al pequeño jardín. Muy atrás quedaban los días de su infancia y el ajetreo de aquella casa, el despacho de su padre y sus clientes, sus hermanos, subir y bajar trotando por las escaleras.
Marilina, no necesitaba más, para recibir a sus iguales en edad y deterioro, para la visita de alguna caritativa vecina, que venía a saber de ella, o para las muy espaciadas y deseadas venidas de sus sobrinos, que vivían en la capital y que ya nunca se quedaban a hacer noche o a comer.
La vejez es una soga. que hace muy cortos nuestros movimientos, que acorta nuestro mundo.
Sonreir no es ser feliz, sonreir es sólo no enfurecerse, con lo cruel que es tener como meta muy próxima, morir y desaparecer.
miércoles, 1 de enero de 2020
Modestina
Nunca pensó que se vengaran de ella, de aquel modo, matando a su gato.
Modestina, era de natural afable, jamás había tenido broncas con nadie, nunca había llamado la atención en nada. Vivía en una casa baja, amplia y soleada, su padre se la dejó al morir, Don Faustino Baró García, el veterinario de Casillas de Flores.
Todo comenzó cuando llegó a vivir al pueblo, Demetria, la mujer de un maestro. Deme, como le gustaba que la llamaran, quiso entrar en el pequeño pueblo pisando fuerte, y haciendo alarde de un poderío que era más fruto de la falta de referencias, que de que fuera cierto lo que venía contando.
La Deme, era de Córdoba, de Fuente la Lancha, un pueblo muy pequeño y con poco termino.
La mujer del maestro llegó, a Casillas, sin pasado, inventando batallas poco creíbles, en una mujer de porte tan zafio. Y nada más llegar quiso usurpar posiciones, y es ahí, donde chocó con Modestina.
En un pueblo tan pequeños, las preeminencias están tasadas y mover a alguien de su sitio genera discordias, porque no hay en el podium dos primeros puestos.
La Señorita Modestina, era una institución en el pequeño pueblo, su padre había sido el veterinario, un trabajo muy apreciado en las zonas agrícolas, además había sido alcalde y era un casillano ilustre, que incluso tenía una calle, la del colegio. Modestina vivía del prestigio de su padre y de su talante discreto y cooperador. La Señorita, era un peso pesado en la Iglesia, Don Jacinto, estimaba mucho su opinión y era además la presidenta de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús.
Deme, quiso desplazarla en estos puestos, buscando aliadas entre las rivales naturales de la Baró, las Señoritas Pascual y las Aparicio. Pero no cuajó, porque Modesta Baró tenía el apoyo incondicional del cura, sobre todo porque al ser ella, hija única y soltera, su abultado patrimonio era pretendido por la diócesis y el párroco de San Mauro.
Demetria, se emberrincho mucho con este cierre de filas entorno a la paisana, y sabedorara del vinculo de la rica casillana con su gato, una noche, para joderla, se lo envenenó.
Modestina no tardó en saber que fue ella, y se lo guardó para sí.
A tres kilómetros estaba Potugal, Lajeosa, Allí la hija del veterinario, tenía un puñado de amigos de su padre, y sobre todo uno muy de confianza, al que le contó los hechos y le pagó un encargo.
Un año era el tiempo que se había marcado, en las fiestas de la Santa Cruz, el tres de mayo, Demetria tenía que aparecer en el río Águeda flotando.
El tres desapareció y el veintiocho de mayo la encontraron zaparrada por las fieras, entre las ramas y maleza que arrastran las riadas.
Hasta las personas más tranquilas y creyentes se cobran las afrentas, no se pone la otra mejilla, con la muerte de un gato.
Los Muelles
Acumular fracasos, notorios traspiés, nos erosiona. Era difícil inventar otra certeza, huir de aquella desafección hacia los días. Es una proeza vivir encharcado de tristeza.
Los muelles, son un lugar inhóspito para crecer, son sucios, son urgentes.
En los muelles no hay flores, sólo atronadoras gaviotas, curtidos marineros que huelen a grasa y a pescado.
Demasiados fracasos eran su única certeza, su única posesión. No conocía otra cosa que aquel muelle donde atracaban barcos, aquel precipicio sin barandas.
Sólo el padre Floren se tomó interés en él, su madre desde pequeño lo echaba a la calle para que los peligros lo educaran.
La hipersensibilidad es un drama que multiplica el dolor, el hastío, la odiosa percepción del mundo.
Martin, no había nacido para pasar de puntillas por la realidad, la crudeza del mundo que le rodeaba lo anegaba de angustia.
Así creció, víctima de mofas y burlas de sus iguales en infortunio, de los otros hijos de trabajadores de aquel muelle mugriento, con olor a despojos.
El cruel escarnio, vistió al niño de resentimiento, convirtiendo la hipersensibilidad en una maquiavélica destreza, con la que se fue cobrando afrentas. Cenas heladas que servía sin ninguna conmiseración.
Padraig, era el niño más cruel del muelle, de complexión viril y desmedidamente fuerte, siempre capitaneó a toda la caterva de los desarrapados hijos de los trabajadores del puerto. Siempre, hasta que Martín, urdió su venganza, harto de ser el hazmerreir, de aquel monstruo tarado y corpulento, del hijo del estibador.
Padraig, apareció muerto un veintitrés de diciembre, apareció flotando en el muelle, boca abajo y con la cara roída por alguna barracuda. La autopsia sólo desvelo que se había ahogado. Pero la verdad era otra.
Como a todos los fanfarrones, a Padraig, le gustaba jugar a ser mayor, a escondidas fumaba tabaco de liar que robaba a su padre. Martin, sólo tenía que hacer llegar esa bagatela a sus manos.
La mañana del veintiuno de diciembre, Padraig, se metió nuevamente con Martín, y para evitar que le pegara, lo compró dándole un paquete de tabaco nuevo, algo a lo que el fanfarrón, no se supo negar. Inmediatamente quiso probarlos y busco un sitio tranquilo donde fumar sin que le vieran, incluso quiso hacer partícipe de ese disfrute a Martín, oferta que este declino, pero aun así acompaño al mostrenco a su escondite, una garita abandonada en el espigón. Allí, Padraig, prendió un cigarrillo y aspiró una honda calada y a la tercera se desvaneció. Fue fácil arrojarlo al mar sin testigos, esperar que el mar obrara justicia, destruir el resto de los cigarrillos e irse a casa a descansar.
martes, 31 de diciembre de 2019
Veterano
El olvido y la desafección tienen mucho de Veterano. Vadear el infierno es proeza de alcohólicos.
Es difícil resistir el suplicio de los fines de año sin beber, sin buscar morir bebiendo, sin adormecer las heridas del paso del tiempo con alcohol.
Aquella noche, él, eligió Veterano, un coñac muy español, muy patrio. Las traiciones son menos amargas ahogadas en la barra de un bar, sofocadas sobre el mármol macael, en la intrascendencia de las conversaciones banales, en el punto muerto que es prodigarse, entre los que sabes que no te van a entender.
Luciana y la última noche
Con demasiada frecuencia, en el último segundo, queremos enmendar la plana a 365 días.
Corceles desbocados que han sido todo el año unos asnos.
Luciana, salió aquella noche con el ánimo, de merendarse el mundo, de resarcirse de la desidia de doce meses de inoperancia.
Se embutió en un recinchon vestido que domaba sus mantecas, claro está, de color negro, que es el que más adelgaza, se encaramo en unos altísimos tacones que hacían respingón su trasero, se puso unas extensiones que alargaban su rubia melena y se maquilló llamativa, como si todo el maquillaje que tenía en casa caducara al día siguiente. Tras toda esta parafernalia, se pegó unas enormes y afiladas uñas postizas, rojas, con las que no era capaz de agarrar nada.
Se echó un último vistazo, en el espejo de la entrada, y mientras se piropeaba, agarró el bolso de pitón en el que había metido, de ante mano, tres preservativos y se tiro sobre los hombros su estola de zorro ártico, mientras lanzaba un beso a su despampanante reflejo.
Paró un taxi, con las calles tan vacías llegó enseguida al Palacio Santo Mauro, en la calle Zurbano. Era una cena muy elitista, muy cara, que pensaba rentabilizar, por eso tenía reservada una suite en el propio palacete hotel.
lunes, 30 de diciembre de 2019
Maryona Terranova
"No me aferro a los recuerdos, como aquellos que tienden a saborear sus desgracias y desgranarlas mil veces en mil tertulias, yo sólo los vivo."
Maryona, jamás imaginó sobrevivir a toda su descendencia, enterrar a sus tres hijos, perder a sus dos nietas. Hacía mucho tiempo que para ella vivir era soportar días, soportarlos sin masticar sus tragedias.
Ya no le quedaba nada que perder, salvo apagarse y eso en sí, no era una pérdida.
Maryona Terranova, era la matriarca de un clan, de tres laboriosos vástagos, siempre puso buena cara a la adversidad, siempre esbozo una sonrisa de esperanza ante la fatalidad, siempre había razones para luchar. El destino le fue cortando cabos hasta dejarla a la deriva, sin un norte, sin afectos y razones para luchar.
Nunca quiso seguir los dictados de su madre, que por puro egoísmo la quería soltera, ni tomar como referencia a sus tres tías, a las que con devoción cuido hasta el fin de sus días, ella siempre soñó con ser madre, por eso aceptó a Marlon, el único que la pretendió, que se atrevió a pedir su mano a su madre.
A Maryona le fascinaba el vinculo que se establece entre el vástago y la madre. Su perra Lucy, a lo largo de su vida tuvo muchas camadas, y ella vivió esos partos como suyos, ver como Lucy los lamia, los alimentaba, como iban creciendo y comenzaban a corretear, hasta que su padre se los retiraba y llevaba a la ciudad para que tuvieran nuevos dueños, pues en casa con un perro era suficiente.
La Sombra de Lilith, su madre era muy alargada, ella era la que mandaba en todo, la que dominaba la casa, por eso casarse contra su voluntad imponía marcharse, fundar un nuevo hogar, y eso hizo, nada más dar el sí quiero a Marlon. Se fueron a vivir al rancho de sus tías, allí había trabajo y de ese modo Maryona podía atenderlas a ellas también. sus tías no tenían el endiablado carácter de su madre, eran más dóciles y sumisas, era fácil dominarlas sin que ellas fueran conscientes.
De este modo no partían de cero, Marlon tenía a su merced muchas tierras y ganado, para trabajar y poder mantener a la prole que Maryona quería tener.
El primer embarazo no tardó en llegar, tuvo muchas molestias, que sus tías le decían que era algo normal en la familia, que a su madre con ella le pasó igual, y que esa era la razón por la que no se volvió a quedar en cinta, esa y que no le gustaban los niños.
El alumbramiento fue bien, sin complicaciones. Un once de diciembre de 1865, nació su primogénito, al que bautizaron como Alvin.
Sus tias se peleaban, por atenderlo, por tenerlo en sus brazos. Fue un niño muy consentido hasta que llegó el segundo embarazo, este no fue tan duro y un 18 de diciembre de 1869 nació Barin.
Todo funcionaba a las mil maravillas en aquella granja con nuevos retoños, todo era felicidad.
Y llegó el tercer hijo, un trece de noviembre de 1870, y fue bautizado como Cedric.
Y aunque Maryona quería más hijos, no llegaron más.
La primera pérdida llegó el Día de Acción de Gracias de 1871, ese día tambien festejaban el primer cumpleaños de Cedric, lo retrasaron a ese jueves porque iban a estar todos en casa. La casa era una algarabía, los tres niños, las tres tías, los cuatro abuelos y Maryona y Marlon.
Berwyn, que se empezó a sentir un poco indispuesto nada más empezar a comer, cuando se disponía a hacer un brindis por el pequeño Cedric, se desplomó sobre la mesa. Fue algo fulminante, se quedó sin pulso, se amorató y ya no despertó. Lilith, gimiqueo un poco al ver que su marido ya no venía en sí, pero no se la vio muy afectada por la pérdida. Las tias se llevaron a los niños a la cocina y los dos hombres subieron al finado a uno de los cuartos.
Tras el entierro, Lilith se trasladó a vivir tambien con ellos. Y comenzó la guerra, porque la viuda no era ni dócil, ni de fácil trato y quería imponer su voluntad en la casa a toda costa. Maryona, hacía esfuerzos sobrehumanos para no tener broncas diarias con su dominante madre.
La convivencia se resintió y los adorados niños aprendieron a huir de la abuela, evitando su agrio carácter. Las tías también aprendieron a esquivarla, para evitar ser usadas de ariete en las impertinentes demandas de la odiosa hermana.
Tres años duró el suplicio hasta que un catorce de mayo de 1875, Lilith amaneció en calma, con la calma que proporciona la muerte. Y la casa descanso y volvió a ser una balsa de aceite.
Maryona heredó el rancho que era de sus padres, de su madre y decidió continuar con él alquilado. Era mejor rancho, con más tierras, con mejores pastos, pero eran felices en la pequeña granja de sus tías, que le permitía trabajándola, vivir bien.
Ya no llegaban más hijos, con lo que había que pensar en el futuro de los tres que tenían. Tenía ya dos granjas, le hacía falta una tercera, para tener una para cada hijo. Y la compraron, con los ahorros de ellos, con el dinero heredado de su madre y con lo que tenían sus tías, compraron, el rancho de Berel Taylor, un viejo sin descendencia al que su sobrina Carla se había llevado a la ciudad.
Todo iba sobre ruedas, habían asegurado el futuro de sus hijos, ahora tenían que hacerlos crecer.
Continuará
domingo, 29 de diciembre de 2019
Un abrigo y un vaso de vodka
El roce con demasiada frecuencia lastima, lacera, genera aversión. El odio esclaviza tanto o más que el amor.
No es nada fácil morderse la lengua sin autoenvenenarse. Callar y no tragar quina. Sufrir y no revelarse.
Amanecer a cada día nuevo era una victoria, era una proeza en aquella ciudad de fríos eternos, de nieve y charcos. Quedaban tan lejos los días fáciles, en los que nada más salir a la calle se estaba ganando dinero, días en los que la intemperie nada importaba, en los que el corazón bombeaba sangre caliente sin necesidad de un trago de alcohol.
Ahora, era necesario recorrer mil veces la avenida Yuri Gagarin, para pagar la pensión y los tragos de vodka.
Odiaba su vida, pero no podía cambiar, no tenía otra, era tarde, muy tarde. Odiaba el mundo, a los hombres, a todos y a cada uno de los que había complacido, a cada uno de los que la habían usado, de los que la habían ajado, hasta convertirla en la caricatura que era ahora. Estereotipo de puta, reconocible a distancia. Se la podía olfatear desde lejos, olfatear su abrigo de piel, sus perfumes baratos, sus afeites y el olor que la impregnaba desde dentro, el olor a vodka y a manoseo, el olor de las manos de los desarrapados como ella, de los que saciaban su hambre con aquel cuerpo que un día fue bellísimo, pero que hoy sólo era un remedo de aquella pérdida perfección.
De qué servía revelarse en las tabernas y en los portales, con los miserables como ella. Sólo quedaba sufrir y vagar por la avenida de su perdición, buscando un esquivo sustento, buscando un caro calor.
Un abrigo y un vaso de vodka eran su única posesión.
Pascualin
Katy, solía decir que ningún hombre la había follado como él.
Como los perfumes, la vulgaridad se vende en pequeños frascos, y eso era Katy, un pequeño y muy vulgar envase.
Pascualin, era un pequeño semental de enorme verga, era una vulgar alimaña muy bien dotada, y ese era su agrio dulzor, penetrar y hacer gozar a zafias como Katy.
Pascualin tenía buena mano en eso de fornicar con ellos y con ellas, porque no sólo la vulgar Katy, había caído rendida a sus pies, también su primo Heriberto José, no daba pie con bolo desde que el enano mental de enorme polla lo monto. El tamaño importa, y no sólo te llena el ojo, te llena el papo y el ojete. Hablar claro implica ser vulgar, llamar a la polla por su nombre y al desafuero perdición.
Katy, era una muñequita, era una pequeña ninfómana, era una perdida iniciada precozmente en la senda de la perdición.
Natura da talentos que tesón no consigue, y ese era el talento que tenía entre las patas Pascualin.
Los atávicos talentos rigen el mundo, subyugan voluntades y rinden doncellas, y abstraerse a esa vulgar dominación no nos hace superiores, porque las batallas de alcoba no las dirime el intelecto, sino la verga y sus arremetidas, y en esas lides la inteligencia lo tiene todo perdido.
Heriberto José, ganó la batalla a Katy, su posición y sus posibles vencieron a la pequeña puta, que sólo podía ofertar fornicio. El primo, el curita, podía ofertar pitanza y vida regalada al pequeño varón de la gran verga, y por eso opto el Pascualin por follarse al padre y dejar de lado a la muñeca, a la ninfómana que sólo sexo fácil podía proponer, sexo fácil, placentero e infiel, porque las ninfomanas nunca te son fieles.
Las maneras innatas
Las maneras innatas, siempre le habían dado dolores de cabeza, no le abandonaron nunca.
A su memoria venían de modo recurrente, aquellas sensaciones que de pequeño le invadieron una vez, cuando jugando al escondite en casa de su abuela Frasca, la madre de su padre, se escondió con su primo Matías en un armario, su primo en el fondo del ropero y él delante, sintiendo en sus frescas nalgas el abultamiento de la entrepierna de su primo, sintiendo una extraña sensación de placer, como aquella protuberancia en el pantalón de su primo, le hizo sentir eternos aquellos minutos de descuidado roce, de divina e inconsciente presión.
Matías, fue su primer amor, su primera obsesión, a la que le seguirán muchas más. Pero como primera ilusión había dejado una huella indeleble.
Matías, era alto, catorce años como él, era atlético, dorado, y su abultamiento, su adorado paquete, era prominente, magnético, era imposible no reparar en él. Ahí fue cuando Manuel, comprendió que él no tenía ningún interés en saber que tenían debajo de sus braguitas sus primas, él sólo tenía interés en la picha de Matías, esa que por unos instantes se frotó contra sus nalgas, por accidente, por casualidad, quien sabe porque, en el interior de un oscuro armario, en aquellos segundos gloriosos, hasta que los sacó de aquel ensimismamiento su prima Raquel.
Su primo favorito, su amor, creció y se distanció de él. Y siguió soñando con él, hasta el día de su boda con la ridícula y pánfila de Isabel Valencia. Fue entonces cuando comprendió que él había salido del armario, sus maneras le habían forzado a salir, pero su primo el divino Matías, aun estaba dentro de él. Fue en esa boda, en el baño del restaurante, cuando coincidió con Matías y sin mediar palabras, se encerraron y el roce de la infancia pasó a mayores, y Manuel pudo saborear la polla de sus desvelos y lamer aquellos huevos gordos y morenos y sentir las endiabladas embestidas y los silenciados gemidos, Comprendio que habia perdido mucho tiempo, que él no engañaba a nadie, pero que su adorado primo engañaba a Isabel.
lunes, 23 de diciembre de 2019
Los recuerdos
Nada más verlo lo reconoció, rachado por el mismo sitio, con una pequeña pérdida de esmalte sobre la cabeza del pájaro azul. Siguió mirando y vió más cosas, siguió mirando con discreción, sin levantar sospechas ¿Cómo había llegado todo aquello a allí?
El juego de café de plata de su madre, con la pequeña abolladura del azucarero, idéntica, en el mismo sitio.
Reconoció en una vitrina un sonajero, el que le regalaron al nacer, con sus iniciales en el mango de plata y nacar. Siguió deambulando por la tienda sin decir nada, fijándose en todo, localizando los tesoros que eran de su madre. Hasta en los libros estaban las dedicatorias, el nombre de su bisabuelo, el exlibris de su padre.
Preguntó uno de los libros, el más modesto, le resultó caro, pero lo compro, se sintió con necesidad de justificarse y dió explicaciones, que si en su casa había uno igual, que le traía gratos recuerdos, cosas obvias, muy banales, huecas, formales.
Salió de la tienda cegado por la luminosidad exterior, por los objetos que aún titilaban en su cabeza, por la pregunta ¿Qué hacían esas cosas allí?
Hacía casi cinco años que no iban al pueblo, la casa no la habían vendido, su madre vivía con él, no habían repartido nada de lo que la casa atesoraba, de sus recuerdos. Las llaves de la casa las tenia Candida, la señora que siempre las había tenido, nadie les había dicho que les hubieran robado, se pagaban las facturas y la casa estaba cerrada, pero no abandonada.
Se fue caminando a la pensión, ensimismado y confuso, pensando en denunciar los hechos, o en hacer más averiguaciones por su cuenta.
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