En el día del Señor de este tormentoso septiembre, le ruego a Dios que ordene mi casa, que sane mis llagas, que erradique el viciante tañer de los pensamientos que siembran cizaña. En esta mañana de misas te rogaré, a ti el único amparo, en la postrante soledad de la perdida, del duelo eterno, de los jarrones de flores marchitas, de los recuerdos elididos, de la parabólica curvatura del afecto.
Si estoy contigo a solas en la casa nuestra, mía y de la Sublime la que por envidia me arrebataste con la velocidad de un rayo. Mi Señor tu que lo tienes todo, porque me has quitado lo único que yo tenia. Te tengo que entender y no te entiendo, debería respetar tu decisión y no puedo. Todo es sombra en este tu valle de lagrimas, donde intento preservar la fragilidad de su legado, un aroma que se me escapa en la enorme casa, en los momentos de rendición, en los momentos de sueño, que me aturde, en el narcótico y sanador olvido, pero no es lo que yo quiero. Quiero que siempre sea ayer, el día de la perdida, se lo debo, quiero llorarla sin consuelo, y en la locura de amor, precipitar tu llamada. Te la has llevado, pues llévame a mi ya contigo
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