Quien nos ha nombrado dueños de este mundo.
Quien nos ha dado la potestad de decidir los designios de especies, el curso de los ríos, poder para modelar y torturar el litoral, autoridad para descarnar las entrañas de la tierra y emponzoñarlas de dañinos residuos.
Quienes somos para asolar imponentes bosques cuajados de viva.
Vidas que no son nuestras y que nosotros en barbara prepotencia diezmamos con un albedrío, que produce vértigo y nos aboca a una buscada hecatombe.
Fruto de este desmedido afán roturador, de este afán acumulador, de este afán de viciado inconformismo, que nos llevará a convertir este bellísimo templo, que es el planeta tierra, en una escombrera de objetos obsolescentes.
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