Venus es tierra, es terrosa fertilidad, es surco fecundo.
Carne de tierra, que se dobla para recoger el fruto del duro campo, que se enjuga un sudor terroso, carne rendida por el cansancio que impone la dura faena de sol a sol.
Su mujer es gama cálida de anaranjados marrones, de calcinados rojos, de violentos golpes de pincel que definen la carne prieta, carne de virgen entre enjalbegadas tapias, carne para Adan, costilla recia que aventa el trigo en el calor sofocante de las extremeñas eras.
En Vicente Macias la mujer se hace carne y habita en los campos, habita en las huertas, habita en el fresco zaguán de las casas de pueblo.
La mujer que dibuja su trazo es rica en textura, en fuerza, con su pelo suelto al viento, suelto en el aire azul, en los cielos inmensos de nubes de violento algodón.
Nunca la mujer fruto de un pincel fue tan corpórea, en su terribilidad de matrona de curvas de música, en su grácil cintura de tierra compacta, de surco de lujuria, de carne abierta en canal en el pajar de la vida, en la inmediatez de un amor limpio y de lumbre, de un amor vergel tras las tapias altísimas del huerto.
La mujer de Vicente Macias acaricia el corazón con sus manos curtidas.
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