Mantengo en mi mano el herrumbroso cetro de tu paupérrimo reino. Así es mi casa, rendida por la caridad, santificada por el nimbo de una corona de hojalata.
A ti hombre haragán y botarate, que entierras talentos. Yo no soy tu espada de de Damocles. Ni si quiera soy la gravedad que ancla tu inconsistencia ala tierra. Gaznápiro de palabras pestilentes y obras demoledoras.
Desde mis almenas me apedreas y tras mis merlones te parapetas. ¿ que es tuyo? ser de vicio y acarreo. ¿Que fuego vi en ti? que me desnorto.
Con la preñez de tu ralea, huyo por el desierto de tus afectos, pero ahora con un faro, el perderte de vista.
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