Me asedian los hijos del mal.
Donde está el redentor consuelo.
Ellos son los que llenan con estrépito de estrías mi alma.
Me gallean esos violentos, ante los que me muestro indefenso.
Mis manos no portan hierro, es airoso mi ademán pero no les convence.
Se que vuestra inmota maldad es oligárquica, hacéis tanto ruido.
Dime igual, donde te encuentras, que pueda yo caminar hacia ti y de ese modo no sentir este desconsuelo.
Entre la algarada chirriante caminaré sintiendo la bondad de tu norte.
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